EN UN MUNDO MEJOR poema del film




La muerte le dejó ir

A cambio de una canción. 

El ruiseñor cantaba. 

Cantó en el jardín de la iglesia 

Donde las rosas blancas

Donde las flores perfuman el aire

Donde la hierba siempre es verde

Bendecida por las lágrimas de los vivos. 

La muerte ansiaba ir al jardín. 

Una niebla fría y gris 

Penetró por la ventana

Al irse la muerte. 

Gracias, gracias, 

Dijo el emperador, 

Pajarito del cielo. 

Hace tiempo que te conozco. 

Antaño te desterré

Y sin embargo, has alejado 

Al rostro malévolo de mi lado

Y a la muerte de mi corazón. 

¿Cómo puedo pagártelo? 

Ya me has recompensado, 

Dijo el ruiseñor. 

Tus ojos se llenaron de lágrimas

Cuando canté por ti. 

Para el corazón de un cantante, 

Son más preciosas que cualquier piedra preciosa. 

Duerme ahora y hazte fuerte mientras canto. 


Y siguió cantando hasta que el emperador

Se sumió en un dulce y reparador sueño


«El emperador y el ruiseñor»

Hans Christian Andersen


El palacio del emperador de China estaba completamente hecho de porcelana, siendo el más espléndido del mundo entero y también el más frágil. Su jardín de flores perfumadas y maravillosas era tan extenso que ni el propio jardinero tenía idea de dónde terminaba. Si llegaras a recorrer las tierras imperiales, te encontrarías en el bosque más frondoso que puedas imaginarte, lleno de altos árboles y profundos lagos. Aquel bosque llegaba hasta el mar hondo y azul; grandes embarcaciones podían navegar por debajo de sus ramas, y allí vivía un ruiseñor que cantaba tan primorosamente que los pescadores, a pesar de todas sus ocupaciones, se detenían para escuchar sus trinos.


De todos los países llegaban viajeros que admiraban el palacio y el jardín, pero en cuanto oían al ruiseñor, exclamaban:


—¡Este canto es el mejor del mundo!


Los comentarios llegaron a oídos del emperador, quien ordenó a sus hombres encontrar el ruiseñor y traerlo ante su presencia para escucharlo cantar.


Los hombres se dirigieron al bosque, al lugar donde el pájaro solía situarse. En el camino se encontraron con una niña que conocía el lugar donde vivía el ave. Avanzaban a toda prisa, cuando una vaca se puso a mugir.


—¡Oh! —exclamaron los hombres—. ¡Ya lo tenemos! ¡Qué fuerza para un animal tan pequeño!


—No, esa es una vaca que muge —dijo la niña—. Aún nos falta mucho por llegar.


Luego, escucharon las ranas croando en una charca.


—¡Magnífico! —exclamó uno de los hombres—. Ya lo oigo, suena como las campanillas de la iglesia.


—No, esas son ranas —contestó la niña—. Pero creo que no tardaremos en oírlo.


Y en seguida el ruiseñor se puso a cantar.


—¡Es él! ¡Escuchen, escuchen! ¡Allí está! —dijo la niña—, señalando un ave gris posada en una rama.


—¿Es posible? —dijeron los hombres—. Jamás lo hubiéramos imaginado así. ¡Qué feo y ordinario! Seguramente habrá perdido el color, intimidado por unos visitantes tan distinguidos.


—Mi ruiseñor —dijo la niñita en voz alta—, nuestro emperador quiere que cantes en su presencia.


—¡Con mucho gusto! — respondió el pájaro—, y reanudó un canto que daba gloria escucharlo.


En medio del gran salón donde estaba el emperador, habían puesto una percha de oro para el ruiseñor. Toda la corte estaba presente, y la niña había recibido autorización para situarse detrás de la puerta. Todos llevaban sus vestidos de gala, y todos los ojos estaban fijos en la avecilla gris, a la que el emperador hizo un signo para comenzar su canto.


El ruiseñor cantó tan hermosamente que las lágrimas acudieron a los ojos del emperador y cuando el pájaro las vio rodar por sus mejillas; cantó desde el alma. El llanto del emperador lo hacía sentir recompensado.


Un día, el emperador de Japón le envió al emperador de la China un hermoso ruiseñor mecánico. Este ruiseñor estaba cubierto de gemas preciosas y también cantaba maravillosamente. Todo el mundo olvidó al humilde ruiseñor, y tristemente, el ave se fue volando. Toda la corte tachó al ruiseñor de ingrato y fue desterrado.


Un día, la cuerda del ruiseñor mecánico se desgastó y su trino artificial cesó sin que alguien encontrara la manera de arreglarlo.


Pasaron los años y el emperador se enfermó de gravedad, ningún doctor podía curarlo. De pronto resonó, procedente de la ventana, un canto maravilloso. Era el ruiseñor posado en una rama. Enterado de la desesperada situación del emperador, había acudido a traerle consuelo y esperanza; cuanto más cantaba, más se recuperaba el emperador.


Fue así como el fiel ruiseñor que había sido olvidado y desterrado regresó todos los días a cantarle al emperador.





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