David Bradley era un realizador independiente. Hoy en día, con unos quinientos departamentos de cinematografía repartidos por las universidades del país, es probable que de cada arbusto con el que tropiezas salgan volando un par de cineastas independientes. En los años cuarenta David era probablemente uno de los veinte que debía de haber en todo el país. Hacía películas desde los diez años: dieciséis milímetros, blanco y negro y con unas fuentes de inspiración que iban desde Dickens hasta las historias cortas de Saki. En aquel tiempo yo no sabía lo suficiente como para juzgarlas, pero el simple hecho de hacerlas era una proeza extraordinaria. Su siguiente proyecto, el más ambicioso, era una película basada en "Peer Gynt", de Ibsen. Sería muda, como todas las que había hecho hasta entonces, con los diálogos subtitulados y como música la suite del mismo título compuesta por Grieg. Nunca había leído la obra, conocía a Ibsen sólo por encima y nunca había hecho una película. A p...