IRINA PALM (Crítica)

IRINA PALM
Dirección: Sam Garbarski
Interpretación: Marianne Faithfull, Miki Manojlovic
Megacoproducción: Bélgica, Alemania, Luxemburgo, Reino Unido, Francia
2007



El nieto de Maggie (Marianne Faithfull) está enfermo y va agotando poco a poco los recursos económicos familiares y a la vez, las posibilidades de curación. La protagonista debe decidirse por un costoso tratamiento médico fuera del país, por una forma poco ortodoxa para una abuelita de ganar dinero transformándose en Irina Palm, y por un enamoramiento inesperado en un lugar sórdido en el que se supone que nadie cree en el amor.



De entre la disidencia festivalera de la pasada Berlinale 57º, surgió un aplaudido trabajo, Irina Palm: original, atrevido, emocionante, auténtico y con buen sentido del humor. Un trabajo fruto de una mezcla de talentos frescos, empezando por el director Sam Garbarski (polaco de origen, criado en Alemania, residente en Bélgica y que optó por rodar en inglés) continuando con su ayudante (griego que creció en Alemania y que ahora vive en París), y pasando por su director de fotografía (un belga que vive en Francia), su diseñador (un italiano que vive en Luxemburgo), o el supervisor del guión en inglés que es sueco.

Entre todos y con cámara al hombro, han conseguido contar una historia dramática y a la vez jocosa, tratando el tema de la masturbación con mucha habilidad y sin una pizca de pornografía.

Pero el buen hacer no se debe solamente al equipo técnico, sino que la magia y el equilibrio descansa en el papel de Maggie vs. Irina Palm, una rockera que destila pudor, humildad, honradez… a veces desesperación, dolor, resignación… y finalmente, un inimaginable e inaudito morbo. Dándole la réplica, nos encontramos con un no menos portentoso Miki, el enigmático dueño del “Sexy World” que acabará mostrándonos toda su fragilidad contenida.

Acompañados por una buena música, por divertidos juegos de palabras, por escasos pero brillantes diálogos, miradas portentosas, algún toque almodovariano, momentos conmovedores pero no sensibleros, más de una bofetada a la hipocresía, el culto a la discreción británica y en definitiva, lo que venimos llamando en Supernovapop, una de esas perlas festivaleras.


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