LOS SIETE LOCOS (adaptación)







ROBERTO ARLT
LOS SIETE LOCOS
BRUGUERA, BARCELONA, 1980


Esta atmósfera de sueño y de inquietud que lo hacía circular a través de los días como un sonámbulo, la denominaba Erdosain, “la zona de la angustia”.
Ersosain se imaginaba que dicha zona existía sobre el nivel de las ciudades, a dos metros de altura, y se le representaba gráficamente bajo la forma de esas regiones de salinas o desiertos que en los mapas están revelados por óvalos de puntos, tan espesos como las ovas de un arenque.
Esta zona de angustia era la consecuencia del sufrimiento de los hombres.
Pág. 24

Vagabundeó toda la tarde. Tenía necesidad de estar solo, de olvidarse de las voces humanas y de sentirse tan desligado de lo que lo rodeaba como un forastero en una ciudad en cuya estación perdió el tren.
Pág. 41

Erdosain descubrió un día en él la inquietud que hace ver los cielos soleados como ennegrecidos de un hollín que sólo es visible para el alma que está triste.
Pág. 51

Erdosain se sentía anonadado por el desprecio formidable que ese hombre revelaba hacia las mujeres. Y recordaba que en otra oportunidad el Astrólogo le había dicho: “El Rufián Melancólico es un tipo que el ver a una mujer lo primero que piensa es esto: Ésta en la calle rendiría cinco, diez o veinte pesos. Nada más”.
Pág. 60

Lo que usted dice no tiene sentido. La sociedad actual se basa en la explotación del hombre, de la mujer y del niño. Vaya, si quiere tener conciencia de lo que es la explotación capitalista, a las fundiciones de hierro de Avellaneda, a los frigoríficos y a las fábricas de vidrio, manufacturas de fósforos y de tabaco. –Reía desagradablemente al decir estas cosas-. Nosotros, los hombres del ambiente, tenemos a una, a dos mujeres; ellos, los industriales, a una multitud de seres humanos. ¿Cómo hay que llamarles a esos hombres? ¿Y quién es más desalmado, el dueño de un prostíbulo o la sociedad de accionistas de una empresa? Y sin ir más lejos, ¿no le exigían a usted que fuera honrado con un sueldo de cien pesos y llevando diez mil en la cartera?
Pág. 62

- ¿Y que entiende usted por cansancio?
- El aburrimiento, la angustia … ¿no se ha fijado usted que éstos parecen los tiempos de tribulación de que habla la Biblia? Así los nombra un amigo mío que se ha casado con una coja. La coja es la ramera de las Escrituras…
Pág. 67

Hasta la conciencia de ser, en él no ocupaba más de un centímetro cuadrado de sensibilidad. Sí, todo su cuerpo sólo vivía, estaba en contacto con la tierra, por un centímetro cuadrado de sensibilidad. El resto se desvanecía en la oscuridad. Sí, el era un centímetro cuadrado de hombre, un centímetro cuadrado de existencia prolongando con su superficie sensible, la incoherente vida de un fantasma. Lo demás había muerto en él, se había confundido con la placenta de tinieblas que blindaba su realidad atroz.
Pág. 79

El hombre es una bestia triste a quién sólo los prodigios conseguirían emocionar.
Pág. 101

… Nunca podemos odiar a las personas que sabemos son capaces de hacer exactamente las mismas canalladas que nosotros.
Pág. 103

Un enorme cansancio lo agobiaba, la figura de su esposa distante terminó por borrarse de la superficie de su pena, y mientras permanecía así, un encalmamiento crepuscular vino a resignarlo para todos los desastres que se habían preparado.
Pág. 223

Siempre con el peso de mis ideas. Pág. 226

Después, antes de lanzarme a la prostitución, resolví estudiar… sí, no me mire asombrado, leía de todo… había llegado a la conclusión leyendo novelas, que el hombre admitía extraordinarias facultades de amor en la mujer culta… no sé si me explico bien… quiero decirle que la cultura era un disfraz que avaloraba a la mercadería.
Pág. 229

Todos son así, sin embargo. Los débiles, inteligentes e inútiles; los otros, brutos y aburridos. Todavía no he encontrado entre ellos uno digno de cortarle el pescuezo a los otros, o de ser un tirano. Dan lástima.
Pág. 235

Y cuando llegué a la parte del “cielo de Dios” comprendí el motivo de la tristeza de los hombres. El cielo de Dios les había sido negado por la iglesia tenebrosa… y por eso los hombres pecaban tan fuertemente.
Pág. 251



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