ÁGORA (adaptación)


ÁGORA
Marta Sofía
Planeta, Barcelona, 2009


- Hoy comprendo que esa bella melodía no estaba escrita para el oído de los sabios, sino para la sutil percepción de una mujer. Pág. 9

- Sí, es cierto, durante mucho tiempo yo fui un esclavo, pero mi corazón y mi mente eran libres y estaban llenos de ilusiones. Ahora soy un hombre de esos que se consideran libres, pero soy prisionero de mis recuerdos, y mi corazón está encerrado en la peor de las condenas: la culpa. ¿Acaso sois vosotros más libres de lo que yo fui? ¿Acaso vuestros corazones están libres de toda condena? Yo daría toda mi vida en libertad por uno solo de esos instantes que viví siendo el esclavo de Hipatia, la filósofa de Alejandría. Pág. 10

- Cuando estuve listo, pasé a ser el esclavo personal de Hipatia. Con el tiempo comprobé que la educación que ella había recibido era más amplia y exquisita que la de cualquier filósofo o gobernante que frecuentaban el hogar. Instruida personalmente por su padre, Hipatia gozaba de plena libertad y autonomía, amor por el saber y pasión por la política de la ciudad. A pesar de su belleza, de su buen juicio y de ser unos años mayor que yo, todavía no estaba casada. Vestía la toga de los filósofos, y puedo jurar que cuando éstos venían a la casa su opinión era escuchada no como la de uno más, sino con mayor atención. Año tras año, su sabiduría crecía y con ella mi devoción, pero no era el único, Hipatia era muy admirada por toda la ciudad. Estaba absolutamente dedicada al conocimiento y su fama llegó a ser tal, que se convirtió en maestra, pero no en una maestra cualquiera, sino en la maestra de la élite. Pág. 19

- La luz de la ventana anexa iluminaba su rostro, y su mirada estaba perdida la mayor parte del tiempo. No duraba largo rato leyendo los papiros, no era la Hipatia concentrada en sus estudios que yo había conocido. No, era una Hipatia abatida y triste, pensativa y ausente, una Hipatia despojada de su fortaleza habitual y que ahora, ante mis ojos, era la imagen de la fragilidad. Pág. 123

- Y son mis recuerdos los que he narrado. Me habría gustado hablaros de un tiempo de tolerancia, de un tiempo de libertad; de un lugar de convivencia pacífica, de una generación libre de ignorancia… Pero quizá sea demasiado pronto. Quizá los hombres necesiten de varios siglos para aprender que ninguna idea vale más que la vida de un ser humano y que nadie es poseedor de la verdad… O quizá no aprendan nunca. Pág. 300

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