LA CARRETERA (adaptación)


LA CARRETERA
CORMAC McCARTHY
DEBOLSILLO, BARCELONA, 2009


- Salió a la luz gris y se quedó allí de pie y fugazmente vio la verdad absoluta del mundo. El frío y despiadado girar de la tierra intestada. Oscuridad implacable. Los perros ciegos del sol en su carrera. El aplastante vacío negro del universo. Y en alguna parte dos animales perseguidos temblando como zorros escondidos en su madriguera. Tiempo prestado y mundo prestado y ojos prestados con que llorarlo. Págs. 99-100.

- Olor a lluvia. El chico estaba despierto. Tienes que hablarme, dijo.
- Lo intento.
- Perdona que te haya despertado.
- No pasa nada.
- Se levantó y fue andando hasta la carretera. Su mancha negra corriendo de lo oscuro a lo oscuro. Luego un retumbo en la distancia. No un trueno. Se notaba bajo los pies. Un sonido sin análogo y por tanto sin descripción posible. Algo imponderable que se movía allí en la oscuridad. La tierra misma contrayéndose de frío. No se repitió. ¿Qué época era del año? ¿Qué edad tenía el niño? Se quedó de pie en la carretera. Silencio. El salitre secándose de la tierra. Las formas lodosas de ciudades inundadas quemadas hasta la marca de nivel del agua. En una intersección unos dólmenes dispuestos en el suelo donde los huesos-oráculo iban convirtiéndose en polvo. El viento como único sonido. ¿Qué dirás? ¿Que un hombre, un hombre vivo, pronunció estas frases? ¿Que afiló una péñola con una navaja para garabatear estas cosas usando endrina o negro de humo? ¿En algún momento computable y tabulable? Viene a robarme los ojos. A sellarme la boca con tierra. Pág. 192


- La carretera atravesaba un lodazal seco donde tubos de hielo sobresalían del fango congelado como estalagmitas. Restos de un fuego antiguo junto a la carretera. Más allá un largo paso elevado de hormigón. Un pantano muerto. Árboles muertos surgiendo del agua gris con colgajos de una turba gris y residual. Las salpicaduras de ceniza sedosa en el encintado. Se apoyó en el arenoso antepecho de hormigón. Tal vez en su destrucción sería posible al fin ver cómo estaba hecho el mundo. Océanos, montañas. El fatigoso contraespectáculo de las cosas dejando de existir. La extensa tierra baldía, hidróptica y fríamente secular. El silencio. Pág. 201.

- ¿Te acuerdas de aquel niño, papá?
- Sí, me acuerdo.
- ¿Tú crees que estará bien, el niño?
- Oh, seguro que sí. Estará bien.
- ¿Tú crees que se habrá perdido?
- No. No lo creo.
- Me da miedo que se haya perdido.
- Yo creo que estará bien.
- Pero ¿quién lo encontrará si es que se ha perdido? ¿Quién encontrará al niño?
- La bondad encontrará al niño. Así ha sido siempre y así volverá a ser. Pág. 206.

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