EL NIÑO CON EL PIJAMA DE RAYAS (adaptación)





EL NIÑO CON EL PIJAMA DE RAYAS
JOHN BOYNE
SALAMANDRA, BARCELONA, 2008



• Su hermano se acercó a la ventana y, mientras contemplaba a aquellos cientos de personas que trajinaban o deambulaban a lo lejos, reparó en que todos –los niños pequeños, los niños no tan pequeños, los padres, los abuelos, los tíos, los hombres que vivían en las calles y que no parecían tener familia- llevaban la misma ropa: un pijama gris de rayas y una gorra gris de rayas.
- Qué curioso- murmuró, y se apartó de la ventana. Pág. 44


• Pero mientras lo pensaba, sus piernas, que no paraban de moverse, lo iban acercando más y más a aquel punto, que entretanto se había convertido en una manchita y empezaba a dar muestras de convertirse en un borrón. Y poco después el borrón se convirtió en una figura. Y entonces, a medida que Bruno se acercaba más, vio que aquella cosa no era ni un punto ni una manchita ni un borrón ni una figura, sino una persona. Y que aquella persona era un niño. Pág. 106

• El Furias y Eva estuvieron dos horas en la casa, y no llamaron a Gretel ni a Bruno para que bajaran a despedirse. El niño los vio marchar desde la ventana de su dormitorio; se dirigieron hacia un coche conducido por un chófer, algo que impresionó mucho a Bruno, que se fijó en que el Furias no abrió la puerta a su acompañante sino que se montó en el vehículo y se puso a leer el periódico, mientras ella volvía a despedirse de Madre y le daba las gracias por la agradable velada. “Que hombre tan horrible”, pensó Bruno. Pág. 124

• Muy lentamente, volvió la cabeza y miró a Shmuel, que ya no lloraba sino que tenía los ojos fijos en el suelo; parecía tratar de convencer a su alma para que saliera de su cuerpecito, flotara hacia la puerta y se elevara por el cielo, deslizándose a través de las nubes hasta estar muy lejos de allí. Pág. 171

• Bruno sintió ganas de abrazar a Shmuel y decirle lo bien que le caía y cuánto había disfrutado hablando con él durante todo ese año. Por su parte, Shmuel sintió ganas de abrazar a Bruno y darle las gracias por sus muchos detalles, por todas las veces que le había llevado comida y porque iba a ayudarlo a encontrar a su padre. Pero ninguno de los dos abrazó al otro. Pág. 206

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