MEMORIAS DE ÁFRICA (adaptación)

MEMORIAS DE ÁFRICA
ISAK DINESEN
Ed. RBA, Barcelona, 1993


- El amor a la mujer y a la feminidad es una característica masculina, y el amor al hombre y a la masculinidad es una característica femenina, y hay una sensibilidad especial hacia los países y razas del sur que es una cualidad nórdica. Los normandos debieron enamorarse de los países extranjeros, Francia primero, luego Inglaterra. Aquellos viejos milords de la historia y literatura del siglo XVIII que están siempre viajando por Italia, Grecia y España no tenían nada de meridional en sus naturalezas, sino que les atraía y les fascinaba algo que era completamente distinto a ellos. Los antiguos pintores, filósofos y poetas germánicos y escandinavos cuando llegaban por primera vez a Florencia y Roma, se arrodillaban, para adorar al sur. Pág. 19

- Después de un cierto tiempo aprendí a comportarme como ellos y dejé de hablar de los tiempos difíciles o a quejarme como una persona desdichada. Pero yo era una europea y no había vivido el tiempo suficiente en el país como para adquirir la absoluta pasividad de los nativos, como hacen algunos europeos que llevan muchos decenios en África. Yo era joven y por instinto de conservación tenía que concentrar mis energías en algo si no quería dejarme arrastrar como el polvo de los caminos de la granja o el humo en la llanura. Por las tardes empecé a escribir cuentos de hadas y relatos fantásticos que me llevaban lejos, a otros países y a otros tiempos. Pág. 43

- Aunque yo sé una canción de África –pensaba-, de la jirafa y de la luna nueva africana tendida de espaldas, de los arados en los campos y de los rostros sudorosos de los recolectores de café, ¿sabrá África una canción sobre mí? ¿Vibrará el aire en la llanura con un olor que yo he llevado, o los niños inventarán un juego en el cual esté mi nombre, la luna llena proyectará una sombra sobre la grava del camino que era como yo, o me buscarán las águilas de Ngong? Pág. 70

- Ingrid Lindstrom venía a quedarse en la granja cuando podía dejar uno o dos días la suya, sus pavos y su huerto de legumbres en Njoro. Ingrid tenía la piel tan clara como el alma y era hija y esposa de oficiales suecos […]. Ella y yo, en los malos tiempos, habíamos llorado la una en brazos de la otra, ante el pensamiento de que podíamos perder nuestra tierra. Era feliz cuando Ingrid venía a estar conmigo porque tenía la sincera e insinuante jovialidad de una vieja campesina sueca, y en su rostro curtido brillaba la vigorosa y fuerte dentadura de una valkiria sonriente. Además, todo el mundo quiere a los suecos, porque en medio de sus penas se las guardan dentro de su pecho y se muestran tan valerosos que irradian su luz a lo lejos. Pág. 176

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