GRANDES ESPERANZAS (adaptación)
GRANDES ESPERANZAS
CHARLES DICKENS
Ed. Santillana, Madrid, 2005
* Al mismo tiempo se abrazó su cuerpo tembloroso con los dos brazos, apretándose como para no desmoronarse, y se dirigió renqueando hacia la tapia baja de la iglesia. Al verle marchar, eligiendo sus pasos entre las ortigas y las zarzas que circundaban los verdes montículos, se me figuró que esquivaba las manos de los muertos, que se alargaban cautelosamente desde sus tumbas para agarrarse a sus tobillos y meterle en ellas. Pág. 14
* A pesar de que me llamaba muchacho con tanta frecuencia y con una displicencia que distaba mucho de ser halagüeña, era aproximadamente de mi edad. Pero, claro, como era mujer, hermosa y poseída de sí misma, parecía mucho mayor que yo y se mostraba tan desdeñosa conmigo como si fuese una reina de veintiún años. Pág. 66
* En aquel aposento fantástico, entre aquellas extrañas influencias que de tal modo obraban sobre mí, supe que ella acababa de regresar de Francia y que se disponía a marchar a Londres. Presumida y caprichosa como antaño, de tal modo había sometido estas cualidades a su belleza, que era imposible y antinatural –al menos así me lo pareció a mí- separarlas de su beldad. En verdad, era imposible apartar su presencia de todos aquellos míseros deseos de dinero y de posición que inquietaran mi juventud, de todas aquellas desordenadas aspiraciones que por vez primera me hicieran avergonzarme de mi hogar y de José, de todas aquellas visiones que hacían surgir su rostro del fuego resplandeciente, de los hierros machacados sobre el yunque, y de la oscuridad de la noche para asomarse por la ventana de madera de la folla y huir después. En una palabra: me era imposible separarla, ni en el pasado ni en el presente, de las más recónditas emociones de mi vida. Pág. 250
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