EL GRAN GATSBY (adaptación)
EL GRAN GATSBY
F. SCOTT FITZGERALD
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Si la personalidad es una serie ininterrumpida de
gestos logrados, entonces había en Gatsby algo magnífico, una exacerbada
sensibilidad para las promesas de la vida, como si estuviera conectado a una de
esas máquinas complejísimas que registran terremotos a quince kilómetros de
distancia. Tal sensibilidad no tiene nada que ver con esa sensiblería fofa a la
que dignificamos con el nombre de “temperamento creativo”: era un don
extraordinario para la esperanza, una disponibilidad romántica como nunca he
conocido en nadie y como probablemente no volveré a encontrar. Pág. 12
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Me miró con comprensión, mucho más que con comprensión.
Era una de esas raras sonrisas capaces de tranquilizarnos para toda la
eternidad, que sólo encontramos cuatro o cinco veces en la vida. Pág. 50
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Jordan Baker evitaba instintivamente a los hombres
inteligentes y perspicaces, y entonces comprendí que lo hacía porque se sentía
más segura en una esfera en la que apartarse de la norma resultara
prácticamente imposible. Era una tramposa incurable. No soportaba estar en
desventaja y, por ese rasgo negativo, supongo que había empezado a recurrir a
subterfugios desde muy joven para conservar frente al mundo aquella sonrisa
fría e insolente y, al mismo tiempo, satisfacer las exigencias de su cuerpo
fuerte y frío. Pág. 61
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No hay fuego ni frío que pueda desafiar a lo que un
hombre guarda entre los fantasmas de su corazón. Pág. 92
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Es inevitablemente triste mirar con nuevos ojos cosas a
las que ya hemos aplicado nuestra propia capacidad de enfoque. Pág. 102
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Cuando volvieron a verse, dos días después, era Gatsby
el que estaba exhausto y, en cierto modo, el traicionado. El lujo recién
comprado de las estrellas iluminaba el porche; el sofá de mimbre se estremeció
y crujió a la última moda cuando ella miró a Gatsby y él la beso en la boca,
más seductora que nunca, y Gatsby era abrumadoramente consciente de la juventud
y el misterio que la riqueza encierra y preserva, de la lozanía que da un buen
vestuario, y de Daisy, resplandeciente como la plata, orgullosa y a salvo, por
encima de las agrias luchas de los pobres. Pág. 141
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Y, allí, pensando en el viejo mundo desconocido, me
acordé del asombro de Gatsby cuando descubrió la luz verde al final del
embarcadero de Daisy. Había hecho un largo camino hasta aquel césped azul y su
sueño debió de parecerle tan cercano que difícilmente podía escapársele. No
sabía que ya lo había dejado atrás, en algún sitio, más allá de la ciudad, en
la vasta tiniebla, donde los oscuros campos de la república se extienden en la
noche. Gatsby creía en la luz verde, el futuro orgiástico que año tras año
retrocede ante nosotros. Se nos escapa ahora, pero no importa, mañana
correremos más, alargaremos más los brazos y llegarán más lejos… y una buena
mañana… pág. 168
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