"HITCHCOCK: SIEMPRE VERDE, SIEMPRE VIVO" by Mar Hortelano







El reciente estreno de la película del director Sacha Gervasi, inspirada en el libro de Stephen Rebello “Alfred Hitchcock and the making of Psycho” nos da pie para revisitar al mejor arquitecto de la angustia de la Historia del Cine. Cierto es, que en “Psicosis” (1960)  se suman muchos de los recursos y técnicas que desarrollaría durante toda su vida como cineasta: las  imágenes nítidas, dinámicas y conmovedoras, los diseños de motivos visuales sofisticados, las secuencias combinando el movimiento de cámara y el montaje, y por supuesto, ese impulso malvado que existe en todos nosotros… Una simple ducha y una Janet Leight  aterrorizada: setenta y ocho planos reducidos a cuarenta y cinco segundos. ¡Pero qué cuarenta y cinco segundos!
“La tensión de los opuestos” lo llamó: la cordura y la locura,  lo real y lo irreal… Del mismo modo, lo que la película nos cuenta y lo que nos oculta, pero nos sugiere… y que hemos investigado.
Sabemos que en su infancia leyó literatura victoriana, como “El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde” de Stevenson, o “El retrato de Dorian Gray” de Wilde, dos novelas en las que una misma persona encarna el bien y el mal. Gracias al nacimiento del psicoanálisis a principios de siglo y el posterior reconocimiento del pensamiento de Sigmund Freud y Carl Jung, comprendimos que toda personalidad alberga luces y sombras.
También sabemos que más tarde devoró todos los éxitos novelísticos desde Chesterton a Poe, considerando precisamente a éste último como el crisol del movimiento surrealista y con el que compartiría una de sus pasiones: el asesinato. Más interesante y salvable, nos resulte ahora la secuencia del sueño surrealista ideada por Salvador Dalí en “Recuerda” (1945). Y aunque bien es cierto que como buen fetichista,  nos mostró esos deliciosos placeres sexuales que se ocultan tras las gélidas apariencias de sus protagonistas, como buen manipulador, se sirvió de su ingenio para escondernos al Hitchcock más íntimo: un tranquilo hombre de familia que iba a la iglesia cada domingo con su hija, que estaba orgulloso de su bodega y de su colección de originales (Paul Klee, Walter Sickert y otros artistas) y que sentía devoción por su esposa. “Soy Alma Reville – dice Helen Mirren en un momento de la película- y no una de esas pseudoactrices rubias a las que atormentas con tus instrucciones tan precisas”. 








Pero ¿quién fue Alma Reville?
Hubo un tiempo en el que era habitual que las mujeres escribieran guiones de películas. Cuando en 1919 un jovencísimo Alfred Hitchcock leyó que la productora Famous Players-Lasky había abierto un estudio en Londres, se personó, siendo finalmente contratado como dibujante de intertítulos de películas mudas. La productora importó algunos de los mejores talentos estadounidenses al estudio de Londres, como Eve Unsell, Margaret Turnbull, Ouida Bergere… Mujeres que sabían todo acerca de la adaptación de obras de teatro y novelas a la gran pantalla y de las que nuestro director lo aprendería todo sobre la narración de historias. Alma, un día mayor que él, había empezado a trabajar en el cine a los dieciséis años, primero como actriz, luego como chica de continuidad, y más tarde como montadora, mucho antes de que Hitchcock escribiera su primer intertítulo. Fue durante el proceso de producción de “Woman to Woman” (1923) cuando la llamó a su casa y le preguntó si le interesaría escribir el guión de la película. La conocía desde hacía 2 años, durante los cuales ella trabajó como guionista en el estudio pero ocupando una posición superior a la suya. Años después confesó que solía observarla siempre que ella no miraba. Se casaron el 2 de diciembre de 1926 y fue sin lugar a dudas su mejor “recurso”. Cada noche, cuando él volvía a casa, discutían juntos el guión y creaban nuevas ideas visuales y verbales para el rodaje del día siguiente. Su nombre aparece en los títulos de crédito de muchas de sus películas, desde el primer trabajo de 1925 hasta “Pánico en la escena” (1950), pero ahora estamos seguros que Alma SIEMPRE estuvo allí, y que su influencia era mayor de lo que sugieren los créditos.
Así pues, finalicemos este homenaje recordando una de las secuencias clave de la citada “Vértigo” (1958): la visita de la pareja protagonista al bosque de secuoyas. El corte transversal del tronco de un viejo árbol está señalado con etiquetas que demuestran cómo la historia se repite una y otra vez,  y es entonces cuando descubrimos, que “secuoya” significa “siempre verdes, siempre vivas”.


PUBLICADO EN  IVORYPRESS, 2013


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