EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS (adaptación)
EL CORAZÓN DE LAS
TINIEBLAS
JOSEPH CONRAD
Comunicación y
Publicaciones S.A., Barcelona, 2005
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Y por fin, en un imperceptible y elíptico crepúsculo,
el sol descendió, y de un blanco ardiente pasó a un rojo desvanecido, sin rayos
y sin luz, dispuesto a desaparecer súbitamente, herido de muerte por el
contacto con aquellas tinieblas que cubrían a una multitud de hombres.
Inmediatamente se produjo un cambio en las aguas; la serenidad se volvió menos
brillante pero más profunda. El viejo río reposaba tranquilo, en toda su
anchura, a la caída del día, después de siglos, de buenos servicios prestados a
la raza que poblaba sus márgenes, con la tranquila dignidad de quien sabe que
constituye un camino que lleva a los más remotos lugares de la tierra.
Contemplamos aquella corriente venerable no en el vívido flujo de un breve día
que llega y parte para siempre, sino en la augusta luz de una memoria perenne.
Pág. 9
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Lo importante era que se trataba de una criatura de
grandes dotes, y que entre ellas, la que destacaba, la que daba la sensación de
una presencia real, era su capacidad para hablar, sus palabras, sus dotes
oratorias, su poder de hechizar, de iluminar, de exaltar, su palpitante
corriente de luz, o aquel falso fluir que surgía del corazón de unas tinieblas
impenetrables. Pág. 98
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La mujer caminaba con pasos mesurados, envuelta en la
tela rayada, guarnecida de flecos, pisando el suelo orgullosamente, con un
ligero sonido metálico y un resplandor de bárbaros ornamentos. Mantenía la
cabeza erguida, sus cabellos estaban arreglados en forma de yelmo, llevaba
anillos de bronce hasta las rodillas, pulseras de bronce hasta los codos,
innumerables collares de abalorios en el cuello; objetos estrambóticos,
amuletos, presentes de hechiceros, que colgaban sobre ella, que brillaban y
temblaban a cada paso que daba. Debía de tener encima objetos por valor de
varios colmillos de elefante. Era feroz y soberbia, de ojos salvajes y
espléndidos; había algo siniestro y majestuoso en su lento paso… Y en la
quietud que envolvió repentinamente toda aquella tierra doliente, la selva
inmensa, el cuerpo colosal de la fecunda y misteriosa vida parecía mirarla,
pensativa, como si contemplara la imagen de su propia alma tenebrosa y
apasionada. Pág. 126
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¡Es curiosa la vida… ese misterioso arreglo de lógica
implacable con propósitos fútiles! Lo más que de ella se puede esperar es
cierto conocimiento de uno mismo… que llega demasiado tarde… una cosecha de
inextinguibles remordimientos. He luchado a brazo partido con la muerte. Es la
contienda menos estimulante que podéis imaginar. Tiene lugar en un gris
impalpable, sin nada bajo los pies, sin nada alrededor, sin espectadores, sin
clamor, sin gloria, sin un gran deseo de victoria, sin un gran temor a la
derrota, en una atmósfera enfermiza de tibio escepticismo, sin demasiada fe en
los propios derechos, y aún menos en los del adversario. Si tal es la forma de
la última sabiduría, la vida es un enigma mayor de lo que alguno de nosotros
piensa. Pág. 144
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