LA BARRACA (adaptación)
LA BARRACA
VICENTE BLASCO IBÁÑEZ
Círculo de lectores,
Barcelona, 1977
Aquella ruina apenaba
el ánimo, oprimía el corazón. Parecía que del casuco abandonado fuesen a salir
fantasmas en cuanto cerrase la noche; que de su interior iban a partir gritos de personas asesinadas; que toda aquella maleza era un sudario
ocultando debajo de él centenares de cadáveres.
Imágenes horribles
era lo que inspiraba la contemplación de estos campos abandonados; y su tétrica
miseria aún resaltaba más al contrastar con las tierras próximas, rojas, bien
cuidadas, llenas de correctas filas de hortalizas y de arbolillos, a cuyas
hojas daba el otoño una transparencia acaramelada. Hasta los pájaros huían de
aquellos campos de muerte, tal vez por temor a los animaluchos que rebullían
bajo la maleza o por husmear el hálito de la desgracia. Pág. 21
Cuando en época de
cosecha contemplaba el tío Barret los cuadros de distinto cultivo en que
estaban divididas sus tierras, no podía contener un sentimiento de orgullo, y
mirando los altos trigos, las coles con su cogollo de rizada blonda, los
melones asomando el verde lomo a flor de tierra o los pimientos y tomates medio
ocultos por el follaje alababa la bondad de sus campos y los esfuerzos de todos
sus antecesores al trabajarlos mejor que los demás de la huerta.
Toda la sangre de sus
abuelos estaba allí. Cinco o seis generaciones de Barrets habían pasado su vida
labrando la misma tierra, volviéndola al revés, medicinando sus entrañas con
ardoroso estiércol, cuidando que no decreciera su jugo vital, acariciando y
peinando con el azadón y la reja todos aquellos terrones, de los cuales no
había uno que no estuviera regado con el sudor y la sangre de la familia. Pág.
25
La huerta ya no era
la misma que había sido durante diez años. Los amos, conejos miedosos, se
habían vuelto ahora lobos intratables. Ya sacaban los dientes, como en otro
tiempo. Hasta su ama se atrevía con él -¡con él, que era el terror de todos los
propietarios de la huerta!-, y en su visita de San Juan habíase burlado de su
dicho de las cadenas y hasta de la navaja, anunciándole que se preparase a
dejar las tierras o pagar el arrendamiento, sin olvidar los atrasos.
¿Y por qué se crecían
de tal modo? Porque ya no les tenían miedo… ¿Y por qué no les tenían miedo?
¡Cristo! Porque ya no estaban abandonadas e incultas las tierras de Barret,
aquel espantajo de desolación, que aterraba a los amos y les hacía ser dulces y
transigentes. Se había roto el encanto. Pág. 178
Estaban más solos que
en medio de un desierto; el vacío del odio era mil veces peor que el de la
naturaleza.
Huirían de allí para
empezar otra vida, sintiendo el hambre detrás de ellos pisándoles los talones;
dejarían a sus espaldas la ruina de su trabajo y el cuerpecito de uno de los
suyos, del pobre albaet, que se pudría en las entrañas de aquella tierra como
víctima inocente de una batalla implacable. Pág. 204
CURSO DE NOVELA SOCIAL Y POLÍTICA (UAM)
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