JARRAPELLEJOS (adaptación)





JARRAPELLEJOS
FELIPE TRIGO
Bibliotex, Madrid, 2001


Amaba lo trágico, sin perjuicio de desvanecerse a la menor impresión, lo mismo que al perfume fuerte de una rosa. Una noche, despierta por el gritar de los pastores, se obstinó en ir a ver la pelea de lobos y mastines; salieron, pisando barro; los cruzó entre las encinas una sombra, y tuvo Pedro Luis que retornarla en brazos desmayada. Una tarde quiso presenciar la extracción de un ahogado en la laguna; lo sacaron los guardias y el porquero; tendiéronlo sobre el murallón; horriblemente hinchado, el cadáver hizo “gruuú”, vaciándose de agua y pestilentes gases por la boca; Orencia cayó a tierra con un síncope, y durante medio mes sólo supo perfumarse, rezar y no dormir, con la visión aquella ante los ojos. Pág. 14


Eran las familias enteras, eran los tristes derrotados, en éxodo hacia el pueblo, en éxodo hacia el hambre… Cruzábanse entre los que seguían enloquecidos la batalla, sin que unos a otros concediéranse atención en la urgencia o el dolor de su egoísmo, y cruzaban igual el puente, al pie del coche, sin notarlo, muertos de pena, y sin que tampoco el contristado y poderosísimo señor Jarrapellejos osara turbarles con vanas frases de consuelo la majestad de aquella angustia. Pág. 24


Mientras moríase de hambre y suciedad la mitad de la nación, el Gobierno, heroicamente enfrascado en discutir en las Cortes si era constitucional o no la última crisis de las cuatro habidas en un mes, creía cumplir con comisiones o bromas de Gaceta. Pan y duchas, he aquí la fórmula de la general redención para Octavio. Pág. 44


Octavio le había dicho una vez a su amigo el profesor: “Aunque te parezca mentira, hay en este pueblo, tan groseramente sensual, una especie de academia de poetas”. Y así era cierto. Desde antiguo, en el viejo salón artesonado con maderas negras de don Pedro Luis, reuníanse los poetas los jueves por la tarde.
Jueves, hoy, don Pedro Luis, acompañado por el médico Barriga y por el juez, había llegado de una boda, cuando ya lo otros vates guardaban. Boda popular, de rumbo, gracias a la simpática protección que le dispensaba el Gato el señorío, Barriga venía con unas migajas de pestiños en la barba y un poco alegrito de aguardiente. Versos de Gabriel y Galán leía Sidoro idílicamente conmovido; y puesto que el nombre y los libros de Gabriel y Galán formaban el evangelio del cenáculo, dejáronle leer, entrando los tres (Barriga tropezó) religiosamente de puntillas.

Labriego, ¿vas a la arada?
Pues dudo que haya otoñada
más grata y más placentera
para cantar la tonada
de la dulce sementera.
¿Qué has dicho? ¿Que el desdichado
que pasa el eterno día
bregando tras un arado,
jamás cantó de alegría,
si alguna vez ha cantado?
Es una queja embustera
la que me acabas de dar… Pág. 80




CURSO DE NOVELA SOCIAL Y POLÍTICA (UAM)



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