NADA (adaptación)
NADA
CARMEN LAFORET
Austral Editorial,
Barcelona, 2012
El olor especial, el gran rumor de la gente, las luces
siempre tristes tenían para mí un gran encanto, ya que envolvía todas mis
impresiones en la maravilla de haber llegado por fin a una ciudad grande,
adorada en mis sueños por desconocida.
Empecé a seguir –una gota entre la corriente- el rumbo de la
masa humana que, cargada de maletas, se volcaba en la salida. Mi equipaje era
un maletón muy pesado –porque estaba casi lleno de libros- y lo llevaba yo
misma con toda la fuerza de mi juventud y de mi ansiosa expectación.
Un aire marino, pesado y fresco, entró en mis pulmones con
la primera sensación confusa de la ciudad: una masa de casas dormidas; de
establecimientos cerrados; de faroles como centinelas borrachos de soledad.
Pág. 71, 72.
Luego me pareció todo una pesadilla.
Lo que estaba delante de mí era un recibidor alumbrado por
la única y débil bombilla que quedaba sujeta a uno de los brazos de la lámpara,
magnífica y sucia de telarañas, que colgaba del techo. Un fondo oscuro de
muebles colocados unos sobre otros como en las mudanzas. Y en primer término la
mancha blanquinegra de una viejecita decrépita, en camisón, con una toquilla
echada sobre los hombros. Quise pensar que me había equivocado de piso, pero
aquella infeliz viejecilla conservaba una sonrisa de bondad tan dulce, que tuve
la seguridad de que era mi abuela. Pág. 73
Parecía una casa de brujas aquel cuarto de baño. Las paredes
tiznadas conservaban la huella de manos ganchudas, de gritos de desesperanza.
Por todas partes los desconchados abrían sus bocas desdentadas rezumantes de
humedad. Sobre el espejo, porque no cabía en otro sitio, habían colocado un
bodegón macabro de besugos pálidos y cebollas sobre fondo negro. La locura
sonreía en los grifos torcidos. Pág. 76
Tres estrellas temblaban en la suave negrura de arriba y al
verlas tuve unas ganas súbitas de llorar, como si viera amigos antiguos,
bruscamente recobrados.
Aquel iluminado palpitar de las estrellas me trajo en un
tropel toda mi ilusión a través de Barcelona, hasta el momento de entrar en
este ambiente de gentes y de muebles endiablados. Tenía miedo de meterme en
aquella cama parecida a un ataúd. Creo que estuve temblando de indefinibles
terrores cuando apagué la vela. Pág. 77
Al amanecer, las ropas de la cama, revueltas, estaban en el
suelo. Tuve frío y las atraje sobre mi cuerpo.
Los primeros tranvías empezaban a cruzar la ciudad, y
amortiguado por la casa cerrada, llegó hasta mí el tintineo de uno de ellos,
como en aquel verano de mis siete años, cuando mi última visita a los abuelos.
Pág. 78
Cuando abrí los ojos vi a mi abuela mirándome. No a la
viejecita de la noche anterior, pequeña y consumida, sino a una mujer de cara
ovalada bajo el celillo de tu de un sombrero a la moda del siglo pasado.
Sonreía muy suavemente, y la seda azul de su traje tenía una tierna
palpitación. Junto a ella, en la sombra, mi abuelo, muy guapo, con la espesa
barba castaña y los ojos azules bajo las cejas rectas.
Nunca les había visto juntos en aquella época de su vida, y
tuve curiosidad por conocer el nombre del artista que firmaba los cuadros. Así
eran los dos cuando vinieron a Barcelona hacía cincuenta años. Había una larga
y difícil historia de sus amores –no recordaba ya bien qué… quizá algo
relacionado con la pérdida de una fortuna-. Pero en aquel tiempo el mundo era
optimista y ellos se querían mucho. Estrenaron este piso de la calle de Aribau,
que entonces empezaba a formarse. Pág. 79
Cuando yo era la única nieta pasé allí las temporadas más
excitantes de mi vida infantil. La casa ya no era tranquila. Se había quedado
encerrada en el corazón de la ciudad. Luces, ruidos, el oleaje entero de la
vida rompía contra aquellos balcones con cortinas de terciopelo. Dentro también
desbordaba; había demasiada gente. Para mí aquel bullicio era encantador. Todos
los tíos me compraban golosinas y me premiaban las picardías que hacía a los
otros. Los abuelos tenían ya el pelo blanco, pero eran aún fuertes y reían
todas mis gracias. ¿Todo esto podía estar tan lejano?... pág. 80
Tuve uno de esos momentos de desaliento y vergüenza tan
frecuentes en la juventud, al sentirme yo misma mal vestida, trascendiendo a
lejía y áspero jabón de cocina junto al bien cortado traje de Ena y al suave
perfume de su cabello. Pág. 113
Me parecía que de nada vale correr si siempre ha de irse por
el mismo camino, cerrado, de nuestra personalidad. Unos seres nacen para vivir,
otros para trabajar, otros para mirar la vida. Yo tenía un pequeño y ruin papel
de espectadora. Pág. 246
“Si aquella noche –pensaba yo- se hubiera acabado el mundo o
se hubiera muerto uno de ellos, su historia hubiera quedado completamente
cerrada y bella como un círculo”. Así suele suceder en las novelas, en las
películas, pero no en la vida… Me estaba dando cuenta yo, por primera vez, de
que todo sigue, se hace gris, se arruina viviendo. Pág. 266
CURSO DE NOVELA SOCIAL Y POLÍTICA (UAM)
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