Novela social y política: LA INDOMABLE
LA INDOMABLE[1]
Y parte de esa esperanza llegaría
con la siguiente autora, Federica Montseny, y nuestra siguiente protagonista,
Vida.
Nació la niña
muy robusta, llena de unas ansias de vida que se revelaron desde el primer
instante, cuando, creyéndola de momento muerta, la habían abandonado para
asistir a la madre, que tuvo muy doloroso parto. Pero la pequeña vivía y dio enérgicas
pruebas de existencia[2]
La niña,
precozmente reflexiva, inauguró con dolor su existencia consciente. Pero era un
carácter reconcentrado, que sentía con profundidad el pudor de la tristeza.
Era tímida,
ensoñada, muy fuerte físicamente, de carácter dócil, pero de genio vivo[3]
Es curioso cómo con “lo fuerte”
va siempre ligado “lo masculino”:
Una palabra de
su madre, una mirada de su padre hacían llorar a aquel pequeño Hércules
femenino, de fuerte musculatura, de hermosas piernas y mejillas como dos
manzanas[4]
Vida muestra desde el principio
desinterés por los muchachos del pueblo:
Pasó en un
ensueño por medio de la brutalidad del pueblo. Sus ojos no se detuvieron ni un
momento en ningún hombre. Los sentía a todos tan lejos de ella, tan de otro
mundo inferior, que sus mismas miradas, sus palabras, su relación con ellos,
establecían inevitables diferencias de posición[5]
Y cuando su profesora le aconseja
salir de aquel mundo para aprovechar el cambio a la gran ciudad, Vida contesta:
Ni sé lo que
seré, ni me lo he preguntado nunca. Pero escúcheme usted bien, Magdalena: tengo
quince años, soy una payesita, sin más perspectivas que la cría de conejos y la
de chiquillos, según usted. Pero hoy, en este momento, quiero decirla una cosa;
aquí o fuera de aquí, payesa o no payesa, seré siempre yo. Me propongo ser fiel
a mí misma, que quiere decir ser digna, ser honrada, continuar las ideas de mis
padres, defenderlas, morir por ellas si es preciso y no dejarme nunca, nunca,
vencer por la sociedad[6]
Definitivamente, la adolescente
no se siente cómoda en sociedad:
Algunos
domingos salía Vida con algunos grupos, con su padre y con Carlos. No obstante,
estas salidas eran raras. Sus padres la dejaban en libertad, pero a ella le
gustaba más quedarse en casa, irse sola a la vera del río, a los bosques
cercanos, sentándose allí, leyendo o soñando. Entre aquel mundo se sentía sin
remedio extraña. Las mujeres vestían muy bien, pero eran espantosamente
vulgares. Los hombres, por regla general, tontos de remate[7]
Cuando un amigo lee la palma de
la mano le augura un dramático destino. Acaso el que la misma autora quería
para ella:
Por esta raya
veo que morirás por el corazón. Amarás mucho y quizá no serás nunca amada.
Llegarás a ser quizá un genio si no te malogras, es decir, si antes el corazón
no te mata. Pero serás un genio desplazado de época y, por lo tanto,
incomprendido. Además, serás siempre indomable, esto es, sin remedio
infortunada, si el amor no consigue domarte[8]
Montseny, tiene muy claro el tipo
de mujer que hay y el que debe ser:
Tienes ante tu
vista dos caminos. En los dos puede encontrar desarrollo y margen tu futuro
talento. Puedes ser una mujer inteligente, que escriba bonitas cosas, pero sin
olvidar el sexo y sin perder de vista las conveniencias sociales. Podéis
trasladaros a Barcelona, hacer vida ciudadana, conocer hombres, casarte, tener
hijos, asegurar la vejez de tus padres y ser feliz sin excesos…
El otro es el
camino que seguirás si te colocas resueltamente fuera de los senderos trillados
de la mujer española. Si dejas desarrollar tu talento en todos tus aspectos, si
proyectas tu visión crítica hacia todos los terrenos. Si no te preocupas por
conservar tu buena compostura de mujer decente, al estilo español, no tratando los
temas reservados a las señoritas. Si te mantienes orgullosamente alejada del
mundo, despreciando la relación social y gustándote este calificativo de
indomable. Si te formas una personalidad y una vida y estás dispuesta a
emanciparte del sexo y obrar como un ser humano o… sobrehumano. Si sigues este
camino, serás irremediablemente desgraciada; no habrá hombre que se atreva
contigo y serás una de esas existencias que son asombro y lástima de las
generaciones futuras[9]
Y a continuación, se deslinda un
tema fundamental en nuestra investigación, la maternidad. Acaso la debilidad (o
la contradicción) de la protagonista, y de la misma escritora. Pues sabemos que
fue finalmente, madre y esposa.
No sabían cómo fue originada y
conducida la conversación. Nació el motivo de una de esas charlas colectivas
sobre cualquier asunto. Hablaban del neomaltusianismo. Una mujer, profesora y
unida a un joven médico naturista, expresó su firme voluntad de no tener hijo
alguno:
-
Pues yo –dijo Vida, desde el rincón en que estaba
sentada, ojeando unos periódicos- sólo lamentaré no encontrar hombre digno de
mí porque ello me privará del placer de ser madre. ¡Ser madre! Quizá usted no
comprende todo el alcance augusto de esta palabra. Ser madre quiere decir
hacer, con sangre de nuestra sangre y carne de nuestra carne, un hombre o una
mujer futuros. Ser madre quiere decir sufrir, sacrificarse, vivir, amar,
eternizarse en una obra de ideal. Ser madre quiere decir crear en propia carne,
realizar de nosotros mismos, aproximarnos, ¿qué digo?, superar la obra
mitológica de las divinidades. Los dioses creaban fríamente, animaban barros,
daban apariencia humana a bloques de tierra, a nada supremo y amado. Las madres
son más que los dioses: crean de sí mismas, crean en sí mismas y sufren y aman
y pueden morir al crear. ¡Ser madre! ¡Oh!, ¿qué es la más perfecta obra
literaria, el cuadro más bellísimo, la más sublime escultura, ante la obra de
carne y sangre, la obra ardiente, forma, pensamiento y alma de un hijo?[10]
Cierto es, que su pensamiento hoy
resulta trasnochado, incluso novelas anteriores resulten más modernas, pero las
ideas y los personajes hay que valorarlos en su época y en el momento de la
autora, y fue una jovencísima Montseny quien creó a Vida en los años 30.
-
¡Oh, mas yo no quiero tener un hijo como una coneja
tiene sus conejos! Con sólo el interés rudimentario y brutal de la reproducción
de la especie… Para que una obra de carne sea perfecta, es necesario crear con
amor. Hasta las frías producciones del espíritu, las obras de la mano humana,
necesitan del amor si quieren alcanzar la categoría de geniales. Grandes amores
han inspirado las grandes obras. ¿Cómo prescindir del amor, en algo tan al amor
ligado como es la creación de un hijo? Un día leí, a un feminista, que quizá
las mujeres, en tiempos futuros, valiéndose de la química, podrán prescindir de
la colaboración del hombre para la maternidad. ¡Qué horror! Me espanta pensar
en las criaturas monstruosas que aparecerían sobre la tierra, si semejante
aberración fuese posible. ¿Crear sin amor, convertirse en incubadora
voluntaria, matar en nosotros la ilusión y la sublimidad que el amor
representa? Nunca, nunca[11]
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