Los juegos del hambre 3 SINSAJO

- ¿Te gustaría decir algo a los rebeldes?
- Sí -susurro, y la luz roja parpadeante de una de las cámaras me llama la atención; sé que me graban-.
- Sí -digo con más énfasis; todos se alejan de mí (Gale, Cressida, los insectos) para cederme el escenario, pero sigo concentrada en la luz roja-. 
- Quiero decir a losrebeldes que estoy viva, que estoy aquí, en el Distrito 8, donde el Capitolio acaba de bombardear un hospital lleno de hombres, mujeres y niños desarmados. No habrá supervivientes -aseguro, y la conmoción da paso a la
furia-. Quiero decirles que si creen por un solo segundo que el Capitolio nos tratará con justicia, están muy equivocados. Porque ya sabéis quiénes son y lo que hacen -añado, levantando las manos automáticamente, como señalando el horror que me
rodea-. ¡Esto es lo que hacen! ¡Y tenemos que responder!
Me muevo hacia la cámara, llevada por la rabia.
- ¿El presidente Snow dice que está enviándonos un mensaje? Bueno, pues yo tengo uno para él: puedes torturarnos, bombardearnos y quemar nuestros distritos
hasta los cimientos, pero ¿ves eso?
Uno de los cámaras sigue mi dedo, que señala los aviones que arden en el tejado del almacén que tenemos delante. Se ve claramente el sello del Capitolio en un ala, a pesar del fuego.
- ¡El fuego se propaga! -grito, decidida a que oiga todas y cada una de mis palabras-. ¡Y si nosotros ardemos, tú arderás con nosotros!

Mis últimas palabras quedan flotando en el aire. Es como si se hubiera parado el tiempo, como si estuviera suspendida en una nube de calor que no surge de lo que me rodea, sino de mi interior.
- ¡Corten! -exclama Cressida, y su voz me devuelve a la realidad y extingue mi fuego; asiente para darme su aprobación-. Toma buena. Pág. 64




El pájaro salta a una nueva rama, abre un instante las alas y nos
enseña sus manchas blancas. Pollux hace un gesto hacia mi insignia y arquea las cejas. Asiento para confirmar que es un sinsajo y levanto un dedo para decir: «Espera, ahora verás». Entonces silbo un gorjeo. El sinsajo ladea la cabeza y lo imita. Sorprendida, veo que Pollux silba unas notas. El pájaro responde al instante. Pollux pone cara de alegría e inicia un intercambio melódico con el pájaro. Supongo que es la primera conversación que tiene en años. La música atrae a los sinsajos como las flores a las abejas, así que en pocos minutos tiene a media docena de ellos posados en las ramas que nos cubren. Me da un golpecito en el brazo y usa una ramita para escribir una palabra en la tierra: «¿Cantas?». En otras circunstancias me negaría, pero es imposible decir que no a Pollux. Además, las voces de cantar de los sinsajos no son iguales que sus silbidos y quiero que él las oiga. Antes de pensar mucho en lo que hago, canto las cuatro notas de Rue, las que usaba para marcar el final del día de trabajo en el 11. Las notas que acabaron siendo la banda sonora de su asesinato. Los pájaros no lo saben, recogen la sencilla frase y se la repiten entre ellos en dulce armonía; igual que hicieron en los Juegos del Hambre antes de que las mutaciones aparecieran entre los árboles, nos persiguieran hasta la Cornucopia y convirtieran poco a poco a Cato en una masa sanguinolenta…
- ¿Quieres oírlos cantar una canción de verdad? -le suelto; cualquier cosa para detener los recuerdos.
Me pongo de pie, vuelvo a los árboles y apoyo la mano en el rugoso tronco del arce en el que están los pájaros. No he cantado "El árbol del ahorcado" en voz alta desde hace diez años porque está prohibido, pero recuerdo todas las palabras. Empiezo en voz baja, dulce, como hacía mi padre:

¿Vas, vas a volver
al árbol en el que colgaron
a un hombre por matar a tres?
Cosas extrañas pasaron en él,
no más extraño sería
en el árbol del ahorcado reunirnos al anochecer.

Los sinsajos empiezan a cambiar sus canciones al darse cuenta de mi nuevo ofrecimiento.

¿Vas, vas a volver
al árbol donde el hombre muerto
pidió a su amor huir con él?
Cosas extrañas pasaron en él,
no más extraño sería
en el árbol del ahorcado reunirnos al anochecer.

Ya he captado la atención de los pájaros. Sólo tardarán otra estrofa en entender la melodía, ya que es sencilla y se repite cuatro veces sin mucha variación.

¿Vas, vas a volver
al árbol donde te pedí huir
y en libertad juntos correr?
Cosas extrañas pasaron en él,
no más extraño sería
en el árbol del ahorcado reunirnos al anochecer.

Los árboles callan, sólo se oye el susurro de las hojas con la brisa, pero nada de pájaros, ni sinsajos, ni otros. Peeta tiene razón: guardan silencio cuando canto, igual que hacían con mi padre.

¿Vas, vas a volver
al árbol con un collar de cuerda
para conmigo pender?
Cosas extrañas pasaron en él,
no más extraño sería
en el árbol del ahorcado reunirnos al anochecer.

Los pájaros esperan a que siga, pero ya está, última estrofa. En el silencio que sigue recuerdo la escena. Estaba en casa después de pasar el día en el bosque con mi padre, sentada en el suelo con Prim, que era un bebé, cantando "El árbol del ahorcado". Hacíamos collares de trapos viejos, como decía en la canción, sin
conocer el verdadero significado de las palabras. La melodía era sencilla y fácil de cantar en armonía, y entonces yo era capaz de memorizar casi cualquier cosa con música con un par de veces que la cantara. De repente, mi madre nos quitó los collares de cuerda y empezó a gritar a mi padre. Me puse a llorar porque mi madre nunca chillaba, Prim se puso a berrear, y yo corrí afuera para esconderme. Como sólo tenía un escondrijo (en la Pradera, bajo un arbusto de madreselva), mi padre me encontró muy deprisa. Me calmó y me dijo que todo iba bien, pero que lo
mejor era que no volviéramos a cantar aquella canción. Mi madre sólo quería que yo la olvidara, así que, por supuesto, todas y cada una de las palabras quedaron grabadas sin remedio y para siempre en mi cerebro. Págs. 77, 78.






Aunque nadie la planta, la Pradera vuelve a ser verde.
Peeta y yo nos volvemosa acercar poco a poco. Sigue habiendo momentos en que se agarra al respaldo de una silla y se aferra a ella hasta que acaba el flashback, y yo me despierto a veces gritando por culpa de las pesadillas con mutos
y niños perdidos. Sin embargo, sus brazos están ahí para consolarme y, al cabo de un tiempo, también sus labios. La noche que vuelvo a sentir el hambre que se apoderó de mí en la playa sé que esto habría pasado de todos modos, que lo que
necesito para sobrevivir no es el fuego de Gale, alimentado con rabia y odio. De eso tengo yo de sobra. Lo que necesito es el diente de león en primavera, el brillante color amarillo que significa renacimiento y no destrucción. La promesa de que la vida puede continuar por dolorosas que sean nuestras pérdidas, que puede volver a ser buena. Y eso sólo puede dármelo Peeta.
Así que, después, cuando me susurra:
- Me amas. ¿Real o no?
Yo respondo:
- Real. Pág. 233

SUZANNE COLLINS
LOS JUEGOS DEL HAMBRE: SINSAJO

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