EL SUEÑO ETERNO (adaptación) #Noirvember



EL SUEÑO ETERNO
RAYMOND CHANDLER
ALIANZA EDITORIAL, MADRID, 2001

• Iba bien arreglado, limpio, afeitado y sobrio y no me importaba nada que lo notase todo el mundo. Era sin duda lo que debe ser un detective privado bien vestido. Me disponía a visitar a cuatro millones de dólares. Pág. 7

• El anciano sacó la voz del fondo de un pozo y dijo:
- Brandy, Norris. ¿Cómo le gusta el brandy, señor Marlowe?
- De cualquier manera –dije.
El mayordomo se alejó entre las abominables plantas. El general habló de nuevo, despacio, utilizando sus fuerzas con el mismo cuidado con que una corista sin trabajo usa las últimas medias presentables que le quedan. Pág. 12

• Encendí el cigarrillo y arrojé una buena bocanada en dirección al anciano, que lo olisqueó como un terrier la madriguera de una rata. La débil sonrisa le distendió un poco las comisuras en sombra de la boca.
- Triste situación la de un hombre obligado a satisfacer sus vicios por tercero interpuesto –dijo con sequedad-. Contempla usted una reliquia muy descolorida de una existencia bastante llamativa; un inválido paralizado de ambas piernas y con sólo medio vientre. Son muy escasas las cosas que puedo comer y mi sueño está tan cerca de la vigilia que apenas merece la pena darle ese nombre. Se diría que me nutro sobre todo de calor, como una araña recién nacida, y las orquídeas son una excusa para el calor. ¿Le gustan las orquídeas?
- No demasiado –dije.
El general cerró los ojos a medias.
- Son muy desagradables. Su carne se parece demasiado a la de los hombres. Y su perfume tiene la podredumbre dulzona de una prostituta. Pág. 13

• ¿Salen juntas sus dos hijas?
- Creo que no. Me parece que las dos siguen caminos de perdición separados y un tanto divergentes. Vivian es una criatura malcriada, exigente, lista e implacable. Carmen es una niña a la que le gusta arrancarle las alas a las moscas. Ninguna de las dos tiene más sentido moral que un gato. Yo tampoco. Ningún Sternwood lo ha tenido nunca. Pág. 17

• Me senté en le borde de un sillón muy blando y profundo y miré a la señora Regan, que era merecedora de atención, además de peligrosa. Estaba tumbada en una chaise-longue modernista, sin zapatos, de manera que contemplé sus piernas, con las medias de seda más transparentes que quepa imaginar. Parecían colocadas para que se las mirase. Eran visibles hasta la rodilla y una de ellas bastante más allá. Las rodillas eran redondas, ni huesudas ni angulosas. Las pantorrillas merecían el calificativo de hermosas, y los tobillos eran esbeltos y con suficiente línea melódica para un poema sinfónico. Pág. 21

• A la mañana siguiente el tiempo era luminoso, claro y soleado. Me desperté con sabor a guante de motorista en la boca, bebí un par de tazas de café y repasé los periódicos de la mañana. Pág. 48

• - Bueno, ¿cómo te va la vida? –empezó. Tenía voz de persona que ha dormido bien y que no debe demasiado dinero. Pág. 48

• Me obsequió con una de esas sonrisas que los labios han olvidado antes de que lleguen a los ojos. Pág. 65

• Su voz era la voz exageradamente despreocupada de los tipos duros de las películas. El cine los ha hecho a todos así. Pág. 84

• Tipos que sólo son listos a medias –dijo con un cansado resoplido-. Eso es lo único que consigo. Nunca un tipo que sea listo de principio a fin. Ni una sola vez. Pág. 97

• Un vago atisbo de duda empezaba a nacerle en algún lugar. Aún no lo sabía. Es difícil para las mujeres –incluso las prudentes- darse cuenta de que su cuerpo no es irresistible. Pág. 163

• No me importó. No me importaba todo lo que me llamase, ni lo que nadie pudiera llamarme. Porque aquélla era la habitación en la que yo vivía. No tenía otra cosa que pudiera llamarse hogar. Allí estaba todo lo que era mío, todo lo que tenía relación conmigo, todo lo que podía recibir el nombre de pasado, todo lo que podía hacer las veces de familia. No era mucho; unos cuantos libros, fotografías, radio, piezas de ajedrez, cartas viejas, cosas así. Nada. Pero tales como eran contenían todos mis recuerdos. Pág. 164

• Un edificio muy desagradable. Un edificio donde el olor a viejas colillas de puros sería siempre el aroma menos ofensivo. Pág. 177

• A la salud de las polillas en la estola de visón, como dicen las señoras. Pág. 181








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