DIEZ NEGRITOS (adaptación TV)



Diez negritos se fueron a cenar.
Uno de ellos se asfixió y quedaron
Nueve.
Nueve negritos trasnocharon mucho.
Uno de ellos no se pudo despertar y quedaron
Ocho.
Ocho negritos viajaron por el Devon.
Uno de ellos se escapó y quedaron
Siete.
Siete negritos cortaron leña con un hacha.
Uno se cortó en dos y quedaron
Seis.
Seis negritos jugaron con una avispa.
A uno de ellos le picó y quedaron
Cinco.
Cinco negritos estudiaron derecho.
Uno de ellos se doctoró y quedaron
Cuatro.
Cuatro negritos fueron a nadar.
Uno de ellos se ahogó y quedaron
Tres.
Tres negritos se pasearon por el Zoológico.
Un oso les atacó y quedaron
Dos.
Dos negritos se sentaron a tomar el sol.
Uno de ellos se quemó y quedó nada más que
Uno.
Un negrito se encontraba solo.
Y se ahorcó y no quedó...
¡Ninguno! 




El doctor Armstrong desembarcó en la isla del Negro en el momento en que el sol desaparecía en el océano.
Había charlado durante el viaje con el hotelero, un hombre de la localidad, a fin de documentarse un poco acerca de los propietarios de la isla, pero Narracott no estaba bien informado o quizás estuviera poco dispuesto a charlar.
El doctor tuvo que contentarse con hablar del tiempo y de la pesca. El largo recorrido que hizo en auto lo había cansado, y los ojos hacíanle daño, pues todo el tiempo tuvo el sol de cara.
El mar y la calma le reponían de su lasitud. Le hubiese gustado tomarse unas largas vacaciones, pero no podía ofrecerse ese lujo. La cuestión económica era lo de menos, pero el cuidado de conservar la clientela estaba por encima de todo. Ahora que tenía una situación asegurada, debía trabajar sin descanso.
Pensaba: «Por esta noche trataré de no recordar que tengo que volver pronto a Londres y que existe Harley Street1».
La sola palabra isla tiene la virtud mágica de evocar en nuestro espíritu toda suerte de fantasías, pues al llegar se pierde el contacto con el mundo. ¡Una isla representa ella sola en un mundo! ¡Un mundo de donde, a veces, no se vuelve jamás! «Por una sola vez voy a ensayar el dejar detrás de mí todos los cuidados cotidianos.»
Y, sonriendo comenzó a elaborar proyectos para el porvenir.
Siempre sonriendo subió los peldaños tallados en las rocas. Págs. 19, 20.



La cena estaba terminada.
Los platos habían sido excelentes, los vinos exquisitos, Rogers había servido la mesa admirablemente.
Todos estaban de buen humor y las lenguas empezaban a desatarse.
El juez Wargrave, dulcificado por el delicioso vino de oporto, era espiritual e irónico; el doctor Armstrong y Tony Marston le escuchaban con placer.
Miss Brent hablaba con el general MacArthur; habían encontrado amigos comunes. Vera Claythorne le sometía a mister Davis
cuestiones pertinentes al África del Sur, tema que mister Davis conocía a fondo.
Lombard seguía esta conversación. Una o dos veces levantó los ojos bruscamente y sus párpados se encogieron. De vez en cuando miraba discretamente alrededor de la mesa y estudiaba a los otros comensales.
De repente Marston exclamó:
—Son raras estas estatuillas, ¿verdad?
En el centro de la mesa redonda, sobre una bandeja de cristal estaban colocadas unas figurillas de porcelana.
—Negros —dijo Tony—. La isla del Negro. De ahí es de donde viene la idea, supongo.
Vera se inclinó hacia delante.
—En efecto, es divertido. ¿Cuántos son? ¿Diez?
—Sí... hay diez.
Vera exclamó:
—Son graciosos. Son los diez negritos de la canción de cuna; en mi cuarto está en un cuadro, suspendido sobre la chimenea.
—En mi cuarto también —dijo Lombard.
—En el mío también.
—Y en el mío.
Todo el mundo hizo coro.
—La idea no es vulgar —dijo Vera.
El juez Wargrave gruñó:
—Decid mejor es infantil. Pág. 23.




Con los ojos sonrientes Lombard le tomó la palabra.
—Por lo que se refiere a los indígenas...
Marston le interrumpió:
—¿Qué?
Philip Lombard se echó a reír.
—Es una historia verídica. Los abandoné a su suerte. Era una cuestión de vida o muerte, estábamos perdidos en la selva. Mis dos camaradas y yo cogimos lo que quedaba de alimento y huimos.
El general se indignó.
—¡Cómo! ¿Ustedes abandonaron a sus hombres? ¿Les dejaron morir de hambre?
Lombard respondió:
—Cierto, no sería muy edificante por parte de un Poukka sahib... pero el conservar la vida creo que es el primer deber de un hombre. Los
indígenas no tienen miedo a la muerte... Sobre este particular su mentalidad difiere de la de los europeos.
Vera levantó la cabeza y miró a Lombard de hito en hito.
—¿Los... dejó morir?
—Sí —respondió Lombard—, los dejé morir —su mirada alegre se posó en los ojos asustados de la joven—. Págs. 33, 34.


***

«Diez negritos», o con el tiempo, «Y no quedó ninguno», cuyo título original en inglés es «Ten little niggers», es una novela policíaca de la escritora británica Agatha Christie, publicada originalmente en Reino Unido el 6 de noviembre de 1939. El título, que hace referencia a una canción infantil fue cambiado a «And Then There Were None» en la primera edición USA. 


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