REVOLUTIONARY ROAD (adaptación)


REVOLUTIONARY ROAD
RICHARD YATES
SANTILLANA EDICIONES, MADRID, 2009




* No creo que haya estado nunca tan aburrida y harta y deprimida como ayer por la noche. Y, encima, la historia esa del hijo de Helen Givings, y cómo nos lanzamos todos encima como perros sobre un pedazo de carne; recuerdo que te miraba y pensé: “Dios, ojalá se callara de una vez”. Porque todo lo que decías se basaba en esta gran premisa de que nosotros somos superiores y especiales, y me daban ganas de decir: “¡No es verdad! ¡Fíjate bien!¡Somos iguales que la gente de la que estás hablando! ¡Somos esa misma gente de la que estás hablando!”. Sentí, qué se yo, desprecio hacia ti, porque no te dabas cuenta de que todo era una gran falacia. Y esta mañana, cuando te has ido, cuando bajabas en el coche hacia la curva, vi que te volvías para mirar la casa como si fuera a morderte. Te veía tan desdichado que casi me pongo a llorar, y luego me he sentido más sola que nunca y he pensado: Vamos a ver, ¿cuándo empezó a ir todo tan mal? Si la culpa no es suya, entonces ¿de quién? ¿Cómo fue que nos metimos en este sueño mezquino de los Donaldson y los Cramer y los Wingate? Sí, sí, y los Campbell también, porque otra cosa que he comprendido hoy es que los Campbell son una grandísima y colosal pérdida de tiempo. Y de pronto empecé a verlo claro (en serio, Frank, fue casi una revelación), estaba ahí en la cocina y de repente lo vi claro: la culpa es mía. Siempre ha sido así, y puedo decirte cuándo empezó todo. Puedo decirte el momento exacto en que empezó. Pág. 144

* Vamos Frank. ¿De verás crees que los artistas o los escritores son los únicos que tienen derecho a vivir una vida propia? Escucha: no me importa si te pasas cinco años sin hacer nada; no me importa si al cabo de cinco años decides que lo que más te gustaría es ser albañil o mecánico o marino mercante. ¿Me entiendes? No tiene nada que ver con talentos específicos y computables; lo que se está malogrando, lo que se está negando una y otra vez con el tipo de vida que llevamos es tu esencia misma, tu identidad. Pág. 149

* Todo este país está podrido de sentimentalismo –dijo Frank una noche, girando pesadamente para situarse en el centro de la sala-. Se ha estado extendiendo como una epidemia durante años, generación tras generación, y ahora todo lo que queda es fofo y enfermizo.
-Exactamente –dijo ella embelesada.
-Quiero decir, ése es el verdadero problema, si lo piensas bien. Sí, más aún que el ánimo de lucro y la pérdida de valores espirituales o el miedo o el miedo a la bomba atómica… O quizá es el resultado de todas esas cosas; quizá es lo que ocurre cuando todo esto empieza a actuar a la vez sin una tradición cultural capaz de asimilarlo. En fin, sea cual sea la causa, está matando a los Estados Unidos. ¿O no? Toda esa constante e insistente vulgarización de cualquier idea, de cualquier sentimiento, que los convierte en alimento intelectual para bebés; este sentimentalismo optimista, vanamente risueño, facilón, en la visión que la gente tiene de la vida… Pág. 164


* El único error real, la única cosa injusta y deshonesta, había sido verle como algo más que eso. Oh, durante un par de meses, sólo por diversión, no habría estado mal jugar a eso con un chico; ¡pero tantos años seguidos! Y todo porque, en una época de soledad sentimental, le había resultado fácil y agradable creerse todo lo que a aquel chico en concreto le parecía bien decir, y devolverle ese placer diciendo ella misma mentiras fáciles y agradables, hasta que cada cual decía lo que el otro más quería escuchar… Hasta que el afirmaba: “Te quiero”, y ella afirmaba. “De veras; eres la persona más interesante que he conocido nunca”.
¡Qué cosa más sutil y traicionera entusiasmarse de esa forma! Porque tan pronto empezabas era terriblemente difícil parar; y al poco tiempo estabas diciendo: “Perdona, tienes razón, por supuesto” y “Lo que tu prefieras” y “Eres la criatura más estupenda y valiosa del mundo”, y a renglón seguido sabías que toda verdad y toda sinceridad quedaban lejos y eran tan desesperadamente inalcanzables como el mundo de los privilegiados. Luego descubrías que tu manera de abordar la vida era la misma con que los Laurel Players abordaban El bosque petrificado, o como Steve Kovick atacaba sus tambores: intensa, desmañada, llena de jactancia y totalmente errónea; decías sí cuando en realidad quería decir no, y “En esto tenemos que estar unidos” cuando en realidad querías decir lo contrario. Luego aspirabas gasolina como quien aspira flores y te abandonabas a un delirio de amor bajo el peso de un hombre colorado y torpe y gruñón que ni siquiera te gustaba –Shep Campbell- y después te enfrentabas cara a cara, en completa oscuridad, el hecho de que no sabías quién eras. Pág. 370



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