SENTIDO Y SENSIBILIDAD (adaptación)






SENTIDO Y SENSIBILIDAD
JANE AUSTEN
RBA, Barcelona, 2003


-          ¡Qué magníficos pedidos recibiría Londres de esta familia –dijo Edward- en una oportunidad así! ¡Vaya día de júbilo para libreros, grabadores y editores de música! Usted, señorita Dashwood, daría orden general de que le fuera enviado todo nuevo grabado de calidad… y en cuanto a Marianne, conozco su grandeza de espíritu, no habría en Londres música suficiente para contentarla. ¡Y libros…! Thomson, Cowper, Scott… los compraría todos una y otra vez. Agotaría todas las ediciones, me parece, para evitar que cayeran en manos indignas, y compraría todos los libros que le enseñaran a admirar un viejo árbol retorcido. ¿Verdad, Marianne? Perdóneme, perdone mi descaro. Pero tenía ganas de manifestar que no he olvidado nuestras antiguas discusiones.
-          Me encanta que me recuerden el pasado, Edward; tanto si es alegre como si es triste, me encanta recordar. Y usted nunca me ofenderá hablando de tiempos pasados. Está usted en lo cierto en su suposición de cómo gastaría el dinero… al menos, algo de él. El dinero suelto lo emplearía sin duda en ampliar mi colección de libros y partituras. Pág. 105


Sin necesidad de encerrarse y no ver a su familia, ni de salir sola de casa con la intención de evitar su compañía, ni de pasar la noche en vela sumida en la meditación, Elinor se dio cuenta de que no le faltaban a lo largo del día ratos libres para pensar en Edward, y en el comportamiento de Edward, con toda la variedad de posibilidades que diferentes estados de ánimo en diferentes situaciones eran susceptibles de originar: con ternura, compasión, conformidad, censura e incertidumbre. Había muchos momentos en que, si no por la ausencia de su madre y sus hermanas, al menos por la naturaleza de sus ocupaciones, la conversación les estaba vedada, y la soledad rendía plenamente sus frutos. La cabeza se le iba, fatalmente desatada; sus ideas no podían aferrarse a ningún otro lado; y el pasado y el futuro, ante un sujeto tan interesante, no podían menos que aparecérsele, forzar su atención, y absorber su memoria, su raciocinio y su fantasía. Pág. 119


No debes hablar así, Marianne. Mañana será otro día. ¿Acaso no tienes amigos? ¿Tal es tu pérdida que no deja resquicio al consuelo? Aun sufriendo como sufres, piensa en lo que habría sido descubrir la verdad más tarde… dejar pasar meses y meses sobre vuestro compromiso, como podrían haber pasado antes de que él decidiera ponerle término. Con cada nuevo día de confianza envenenada, más funesto habría sido el golpe para ti. Pág. 200


-          Entonces la señorita… la señorita Grey, creo que dijo usted que se llamaba… ¿es muy rica?
-          Cincuenta mil libras, querida. ¿La ha visto alguna vez? Dicen que es una jovencita elegante y a la moda, pero nada guapa. Recuerdo muy bien a su tía, Biddy Henshawe; se casó con un hombre muy acaudalado. Pero son ricas las dos familias. ¡Cincuenta mil libras! Y por lo que se comenta vendrán en muy buen momento, porque dicen de él que está sin blanca. ¡No me sorprende! ¡Todo el día correteando con su calesín y sus caballos de caza! Bueno, no es por hablar, pero cuando a un joven, quienquiera que sea, le da por agasajar a una muchacha bonita, y le promete casarse con ella, no tiene excusa para faltar a su palabra sólo porque cada día es más pobre y hay por ahí una muchacha rica dispuesta a cazarle. ¿Por qué, en este caso, no vende sus caballos, alquila su casa, despide a sus criados, y se regenera de una vez? Sé muy bien que la señorita Marianne habría estado dispuesta a esperar hasta que las cosas cambiaran. Pero eso, hoy en día, no se estila; en esta época un joven nunca renuncia a nada en el camino del placer. Pág. 209


Edward iba a quedarse en la casita al menos una semana; pues, por mucho que se le requiriera en otras partes, era imposible dedicar menos de una semana s disfrutar de la compañía de Elinor, ni podía ese tiempo bastar para decir ni la mitad de cuanto había que decir sobre el pasado, el presente y el futuro; pues, aunque muy pocas horas dedicadas a la dura labor de una charla incesante proporcionan por sí mismas mayor cantidad de temas de los que realmente pueden tener en común dos seres racionales, entre enamorados las cosas son, sin embargo, muy distintas. Entre ellos no hay tema que se agote, no hay comunicación que se produzca si no se ha repetido al menos veinte veces. Pág. 382



Willoughby no pudo oír la noticia de su boda sin sentir una punzada de dolor; y el castigo fue poco después coronado por el voluntario perdón de la señora Smith, quien, atribuyendo la causa de su clemencia al matrimonio de su sobrino con una mujer de genio, le hizo ver que si se hubiera comportado honorablemente con Marianne quizás habría llegado a ser rico y feliz a la vez. No puede ponerse en duda que el arrepentimiento por su mala conducta, que de esta forma le llevó a su propio castigo, fuera sincero; ni que mucho pensara con envidia en el coronel Brandon, y con tristeza en Marianne. Pero tampoco puede asegurarse, porque él no lo hizo, que llevara una vida de completo desconsuelo, que huyera de la sociedad, o contrajera una habitual hosquedad de ánimo, o que muriera de las penas de su corazón. Vivió haciendo esfuerzos, pero no se olvidó de divertirse. Su mujer no siempre estaba de mal humor, y su casa no fue siempre incómoda; y criando perros y caballos, y practicando deportes de toda clase, halló una medida nada desdeñable de felicidad hogareña. Marianne, con todo –a pesar de la desconsideración de haber sobrevivido a su pérdida-, siempre conservaría aquel vivo recuerdo que le haría interesarse por todo cuanto le aconteciera, y que hubo de convertirla en su modelo secreto de perfección femenina; y en los días venideros más de una prometedora beldad hubieron de menospreciar sus ojos viendo que no podía compararse con la señora Brandon. Pág. 397



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