special PILAR MIRÓ
REGRESA EL CEPA
Víctor Matellano
Documental
2019
Hace cuarenta años se rodaba “El crimen de Cuenca” (1979) de la directora Pilar Miró, que sería después secuestrada militarmente y su directora procesada. Una película que más tarde se convertirá en uno de los grandes éxitos del cine español y su estreno en un ejemplo de avance de la democracia y de la libertad de expresión. Como en el caso real y en la película, “El Cepa” regresó para contarlo.
El actor que interpretó a "El Cepa"en la película de Pilar Miró, Guillermo Montesinos, vuelve a los lugares de rodaje cuarenta años después, los reales del "Caso Grimaldos", para encontrarse con los vecinos. Su visita sirve de hilo conductor del documental en el que son entrevistados especialistas, juristas, ex responsables institucionales, guionistas, miembros del equipo y actores de la película de Pilar Miró como Mercedes Sampietro o Héctor Alterio.
EL CRIMEN DE CUENCA
LOLA SALVADOR
MALDONADO
Ed. Argos Vergara,
Barcelona, 1979
El Real Decreto de noviembre de 1833, vigente a principios
de nuestro siglo XX, divide, por orden de importancia, las cuarenta y nueve
provincias españolas en tres clases. Cuenca pertenece a la tercera, a pesar de
ser, en extensión, la quinta del país. Sus 17.419 kilómetros
cuadrados se despliegan desde los altos prados de la Serranía, por los suaves
paisajes de la Alcarria, hasta las llanuras de trigales y viñedos de La Mancha.
Al atravesar la región, se tarda en descubrir aquello que se
espera: la llanura infinita ondulada de ocres, el antiguo campo Espartario que
los árabes llamaron Manxa, tierra seca, que ocupa la mitad de la provincia.
A una altura media de 700 metros , en la
planicie manchega enmarcada por los montes de Toledo, el sistema Ibérico y la
cordillera Bética, los pueblos castellanos aparecen diseminados por el
horizonte, unidos por tramos de carretera despejada que permiten ver en la
lejanía la silueta del campanario del pueblo siguiente, cuando aún no se ha
abandonado el anterior.
Ni que decir tiene que las casas son blancas y que la
apariencia de las mismas se renueva cada año, cuando al acercarse las fiestas
de la Virgen, a pesar del calor aplastante, la ceremonia del blanqueo se
convierte en la principal ocupación de los vecinos.
21 de agosto de 1910. Domingo. En el pueblo de Osa de la
Vega, uno de los 293 municipios de la provincia, las fachadas de las casas
desafiaban al sol con su blancura. El segundo domingo de setiembre se
celebraría el día de la Virgen de la Vega, patrona de Osa –de “la Osa”, como
dicen sus habitantes- y había corrido la cal. Como siempre, se esperaba que los
festejos fueran sonados en borracheras y bailes, aunque la iglesia, también como
siempre, a pesar del motivo de la celebración, no sería demasiado frecuentada.
-
En la Osa hay mucho elemento de izquierdas – solía
decir con su habitual aire soñador la condesa de Tarancón. Y añadía -: No
parecen manchegos. Págs. 11, 12.
22 DE ABRIL, JUEVES
-
Le exhorto a decir la verdad. Le advierto que de una
forma precisa, clara y conforme a la verdad, debe responder a las preguntas que
se le hagan.
Hablaba Isasa pausadamente, con un cierto gusto al
escucharse. Frente a él estaba León, reconcentrado en sí mismo, agarrotadas las
mandíbulas, obstinadamente silente.
- Le exhorto a decir la verdad, enterándole de que si
rehusa contestar o se finge loco, sordo o mudo, no por ello dejará de continuar
la instrucción de este proceso.
Por toda respuesta, León alargó sus manos encadenadas hacia
el juez, mostrándole la hinchazón de las mismas, los hierros perdidos en las
muñecas amoratadas. Isasa hizo un gesto de desagrado y ordenó al de Vera:
-
Llame al teniente, que aflojen esos hierros.
Avisó el secretario y entró Tabeada, quien disculpándose,
abrió los grillos unos puntos, arrancando un grito de dolor del detenido.
-
Señor juez, se los ha debido apretar él mismo para
llamar la atención.
Se quejaba León, próximo a desmayarse de dolor.
-
Puede marcharse, teniente, gracias. Vamos a tomar
declaración al procesado. Págs. 62, 63.
27 DE ABRIL, MARTES
Fueron inútiles los esfuerzos de la guardia aquella mañana
por adecentar a Gregorio. A causa del poco líquido que ingería, la sangre le
brotaba muy espesa, y se coagulaba en grandes costrones sobre las heridas.
Cuando le subieron en volandas al despacho, iba Gregorio prácticamente
inconsciente, balbuceando. En su cabeza sólo había unas palabras, oídas la
noche antes, o aquella misma mañana. Unas palabras terribles, mezcladas con
gritos ahogados: las de León, declarándose autor de la muerte de Grimaldos.
Taboada le había apostado a la puerta de León, y del interior de la celda,
salía, repetida, la confesión de su compañero:
-
Lo maté yo, yo lo maté, se lo diré al juez. Pág. 82.
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