CARLITO'S WAY (adaptación)

 




ATRAPADO POR SU PASADO Carlito’s Way

Edwin Torres

Ediciones B, Barcelona, 1994

 

Tarde o temprano, el delincuente termina por contar su historia. Todos queremos que nuestro nombre figure en las crónicas. Ha llegado el momento de escuchar a todos los maleantes. A los judíos de Bronsville. A los negros de la avenida Lenox. A los italianos de la calle Mulberry. Pero también a los puertorriqueños, porque nos han machacado desde los años cuarenta y nadie ha dicho nada. Nos han jodido y asediado, y nadie quiere saber nada. Pues bien, esta vez lo contaré todo. Para que quede en la crónica.

¿Quién es esta gente? Son puertorriqueños. Vienen de una isla que tiene cuento cincuenta kilómetros de largo por cincuenta de ancho. Y los hay de todos los tamaños, colores y formas. Tienen un poco de todo. El corazón de un judío, el alma de un negro y los cojones de un italiano.

Llegaron a Nueva York en los años cuarenta, en el peor momento. Pero si a uno no le sirve de nada el color de su piel, si su acento no es francés y la ropa le queda mal, nunca se sabe cuándo es mejor o peor momento. De todos modos, se quedaron, porque la mayoría de los billetes eran sólo de ida. Y se fueron instalando en los tugurios de Harlem y del sur del Bronx.

Ocuparon los puestos detrás de las máquinas de coser y de las planchas a vapor. En otras palabras, se rompieron los cuernos porque se creyeron lo del sueño americano. La mayoría de lo creyó.

En la base del tótem, un puñado no soportó el peso. No querían inclinarse ni doblegarse. Querían apañárselas por sí solos. Eran los maleantes. Tenían la nariz dura. Y como los maleantes de todas partes, iban de cabeza a la caza de la fortuna.

Hablo desde la otra orilla, mirando treinta años hacia atrás en el tiempo. Al menos llegué a la otra orilla. La mayoría de los de mi tripulación naufragaron. Y si los supervivientes no contamos nada, ¿cómo se sabrá que estuvimos aquí? Digo yo. Así es que ésta es la historia de cómo se las apañó uno de estos puertorriqueños. Yo, Carlito Brigante. Págs. 10, 11.

 

 

Y de vuelta, vi yonquis por todas partes. Se los veía en los terrados, en las escaleras de incendios, en los callejones, cargando televisores, tostadores, radios, ropa, lo que fuera, lo vendían todo. Te sacaban el abrigo del colgador y el sombrero de la cabeza. Los yonquis estaban hechos unos depredadores. Se salían de un cuelgue y ya tenían que prepararse para el siguiente. Te pasas la vida robando, trapichenado, engañando. Los yonquis son tíos que no paran, siempre caminando aprisa. Hay que verlos en las calles Cien y Ciento diecisiete, asquerosos, sucios, siempre en parejas, como los maricones, jamás con un coñito. No quieren saber nada de tías, sólo les preocupa el chute. Hablan de cómo se consiguieron el último pico, de cómo conseguirán el próximo, de cómo se están comiendo el mundo.

- Oye, Jack, le digo a mi vieja, “tienes que darme los cinco pavos que tienes escondidos”. Y ella me dice que no. Y yo pego un salto hasta el borde de la escalera de incendios y le digo “¡Me mataré, no merezco vivir, te estoy haciendo sufrir, mamá!”. Hasta que me dio la pasta. El miércoles, cuando cobre el sueldo, tú la esperas debajo de las escaleras. Yo estaré al loro. Pero no le hagas daño.

 

Siempre hay ganadores y perdedores. Lo que pasa es que ellos son todos perdedores. Cuando uno de esos tíos la palma de sobredosis, todos se ponen a decir qué pena, era tan joven. Eso es lo que quiere el cabrón, el último flipe, que le suba hasta la azotea y que siga hacia arriba. ¿Y por qué arman tanto jaleo por eso? No son más que escoria. Venga, coge la pasta. Pág. 62

 

 

¡Viva España! Madrid es una ciudad con clase. Me gustó inmediatamente. Una ciudad limpia, de grandes avenidas. Nada de ladrones, buena gente. Casi toda. Pág. 81

 

 

-          Charlie, ¿qué pasará con nosotros? ¿Hay alguna posibilidad de que suceda algo? No sé si es la belleza de estas islas o qué, pero jamás me he sentido así antes. ¿Volveré a verte?

Debía estar muy ciego porque me porté como un caballero, y no le solté ningún rollo. Le hablé francamente, porque supongo que sentía algo por ella que no sabía reconocer.

-          No lo sé, Gail. Hay cosas muy duras. Mi vida no está hecha de playas tropicales y cielos azules. En la ciudad todo es diferente, todo es asfalto, todo es gris, ventanas rotas, y esas mierdas. Yo me muevo mucho, me meto en líos. Tú no estás hecha para eso, y te lo sigo en serio porque me gustas. Créeme, si tuviera algo que ofrecerte, jamás te dejaría ir. Me pongo nervioso, y te haría daño. Soy puro veneno, Gail, no te líes conmigo.

Estábamos los dos llorando con el champán. Fue genial. Luego fuimos a su habitación de hotel y nos comimos el uno al otro de desayuno, comida y cena. ¡Qué jeva!

Aquella noche me acompañó al aeropuerto. Yo no quería, pero ella insitió. Le dije que se quedara en el taxi y que volviera al hotel, pero no me hizo caso y se bajó. Tenía un standby en lista de espera. Estuvimos un rato cogidos de la mano en el medio de la Terminal. Luego vi asomar las lágrimas.

-          Déjalo correr, Gail. Es lo mejor.

Y aquellos preciosos ojos verdes se inundaron de lágrimas. Yo quería decirle algo. Para su bien. Quería decirle que mi vida es una basura, que soy un matón, un camello, que incluso he trabajado de macarra. Aléjate, chica, no te metas en mi rollo. No duraré mucho.

-          Oye, nena. Apúntame tu dirección y teléfono –dije-. Me pondré en contacto contigo la semana que viene, después de ocuparme de unos asuntos. Y luego vendré a verte o te mandaré un billete de avión para que vengas a Nueva York y puedas estar conmigo. Lo intentaremos, ¿qué te parece?

-          ¿Hablas en serio, Charlie?

-          ¿Alguna vez te he mentido? –mentí.

Anotó su dirección en un papel y me lo puso en la mano. Tanto rollo por un delincuente como yo.

Mi avión estaba a punto de despegar.

-          Vale, Gail, basta de lágrimas. Me vas a hacer llorar. Date media vuelta y empieza a caminar. Me gusta cómo te mueves al caminar. Fue lo primero que me fijé de ti. Venga, déjame ver cómo meneas el culo. La vi llegar hasta el final de la Terminal y desapareció. Tiré el papel al suelo. Adiós, rubia. Pág. 103

 

 

Se quedó allí de pie, diciendo “Charley”, como si le hubiera dado un pasmo. Le cogí los libros y acabamos en la terraza de una imitación de bar mexicano del oeste. Empecé mal, con ahs y ehs. Hasta tiré la bebida por el suelo a cuadros rojos.

-          ¿Qué pasa, Charley, estás nervioso?

En perfecto español, ni más ni menos.

-          ¿Habla español, señora? –le dije, pero me había desmadrado, así que dejé de perder el tiempo.

-          ¿Estoy fuera de onda, Gail? Quiero decir, apareciendo así de repente, aún loco por ti, después de todos estos años.

Ella me lanzó destellos verdes desde el otro lado de la mesa. Volvió a excitarme.

-          Tú nunca estarás fuera de onda conmigo. Nunca.

Bueno, bien.

Entonces le cogí la mano. Ni aunque el camarero dejara caer una bandeja sobre mi cabeza soltaría esa mano. Así que estábamos los dos inclinados por encima de la mesa y nos lanzamos al torbellino de recuerdos. Como una rueda dentro de otra rueda. Pág. 270


11 de septiembre de 1940... Happy Birthday BRIAN DE PALMA 

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