ROCK HUDSON Sara Davidson
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Hollywood era
mucho más social en aquella época. La comunidad era más pequeña y más íntima
–cuenta Linda-. John y yo ofrecíamos dos o tres fiestas por mes.
En una cena, el
grupo, que incluía a Rock, creó la fantasía de una ciudad pequeña, llamada
Newton, en algún lugar del centro de los Estados Unidos. Se bautizaron
mutuamente todos, inventaron empleos e historias sobre las vidas privadas. Rock
era Russell Burgess, un granjero. Linda y John eran Vi Y Art Wilkins,
vendedores de calzado para damas. Steve y Neile McQueen eran León y Rosita
Brown (él era mecánico del pueblo). Henry Fonda era Lloyd Potes, un cartero; la
princesa Grace era Olga Broker, que enseñaba ballet, adagio y claqué; Natalie
Wood hacía de Mary Francis Peterman, la acomodadora del cine en el que Paul
Newman era quien proyectaba las películas. Faye Dunaway era Helen Smeader, una
cosmetóloga. Roddy McDowall era Homer Box, un contador público que vivía con su
madre encima del cine y estaba locamente enamorado de Mary Francis Peterman.
Durante la cena reían
con las historias que inventaban sobre los personajes, lo que hacían y quién se
acostaba con quién. Linda dijo una vez:
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No tenemos
alcalde. Creo que debería serlo Lloyd Potts.
Henry Fonda estaba tomando la sopa y con toda la calma dijo:
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No, no, no. No
puede ser. Estoy demasiado ocupado con el reparto de las tarjetas de Navidad.
Todos rieron a carcajadas.
Era extraño: artistas
de cine fantaseando, adoptando personalidades comunes, viviendo vidas simples.
Pero seguían con sus personajes durante horas y hasta pensaron hacer una
película sobre Newton con un reparto de astros y estrellas.
Mientras tejían sus
historias, Hollywood sufría cambios profundos que los afectaría a todos. Los
estudios declinaban y cada vez había menos artistas contratados. Todos querían
ser independientes; el poder se trasladaba de los estudios a los directores y a
los productores independientes. Cuando los estudios cayeron, también lo
hicieron todas las fuerzas que los habían sostenido. Las revistas
especializadas dejaron de editarse, no hubo más estrenos de gala y las
estrellas no asistían a la entrega de premios de la Academia, a menos que
fueran candidatas. Los estudios ya no podían insistir en que asistieran sus
estrellas.
En la década de los
sesenta, la tendencia en el espectáculo del entretenimiento al realismo. La
televisión había reducido al alcance de las estrellas: ya no eran algo mítico y
eterno, sino pequeñas figuras que aparecían en un aparato que estaba en la sala
de estar. Los nuevos astros eran los llamados “pequeños feos” como Dustin
Hoffman, Al Pacino, Robert de Niro, Richard Dreyfus, excelentes actores, pero
lejos de ser galanes.
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No podían montar
un caballo balnco –decía Rock-, se caerían y harían un lío.
Eran tipos comunes que interpretaban historias comunes.
Rock pertenecía a una especie en extinción: un astro creado por el
estudio, promocionado por las revistas, cuyo físico había sido, inicialmente,
lo más importante, y no su capacidad histriónica. No había nada realista en él.
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¿Cómo iba a
interpretar de repente a un personaje común completamente real? –dijo John
Foreman-. Uno no puede imaginarse a Rock Hudson y a Al Pacino en el mismo
planeta. ¡Qué vamos a hablar en la misma película! pp. 108, 109.
ROCK HUDSON. SU VIDA.
Rock Hudson y Sara Davidson
Ed. Planeta, Barcelona, 1987
Happy Birthday, Rock...
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