STEVE MCQUEEN




Pocos años antes de convertirse en actor, McQueen era un delincuente juvenil. Antes de ser una estrella de la gran pantalla, había trabajado como chico de los recados en un burdel. Y antes de cobrar 3 millones de dólares más porcentajes brutos de taquilla, McQueen competía en carreras de motocicletas los fines de semana porque necesitaba el dinero del premio.

La vida de McQueen estuvo llena de contradicciones emocionales era extremadamente leal pero se obsesiona continuamente, un devoto carente de fe, un bastardo que buscaba legitimidad, uno de los primeros ecologistas y un eterno patriota, famoso en todo el mundo y desesperado por conseguir el anonimato y la soledad. Se formó como actor pero buscó su inspiración fuera del método, eliminó toda pretensión, insuflando a sus personajes una vitalidad que no sólo tenía que ver con qué decía o cuál era la imagen que proyectaba sino con cómo lo hacía. Sus interpretaciones eran naturales a la vez que convincentes, rudas a la par que complejas. Más allá del análisis simplista, McQueen conectó con el público que lo veía en la televisión, en el cine, en cualquier parte del mundo. Incluso cuando llegó al punto culminante de su carrera, era tan fácil verle en el taburete de la barra de un bar del barrio o en la cola del paro como en la portada de una revista, razón por la cual se le consideraba una persona tranquila pero también totalmente auténtica.

En la pantalla era desafiante sin llegar a la fanfarronería, despectivo sin ser odioso y tenía mucha labia para el sexo opuesto sin recurrir a tópicos románticos. McQueen se encontró en un lugar nuevo mientras ganaba impresionantes cantidades de dinero en Hollywood.

El dinero no significaba ser rico, sino libre, pero McQueen siempre necesitó algo más que una máquina rápida. En ocasiones, durante ese ciclo característico de un huérfano de querer encontrar y después desear perder una identidad, abusó del poder que le confería su status de estrella. McQueen trabajaba duro pero también se divertía cuanto quería y decía lo que pensaba. ¿De qué otro modo podría haber entrado en la lista de “enemigos” de Charles Manson y Richard Nixon?

En cierta ocasión afirmó: “Hago películas. Deseo el respeto de la industria, pero no estoy seguro de que la interpretación sea algo apropiado para un hombre hecho y derecho”. Como actor, podía interpretar con total libertad papeles que van desde el violento y ceñudo jugador de EL REY DEL JUEGO (The Cincinnati Kid, 1965) o el dolido traicionado exconvicto de LA HUIDA (The Getaway, 1972) al encantador y sonriente Thomas Crown. A pesar de ello, su trabajo apenas obtuvo reconocimiento y consiguió pocos premios para colocar en la repisa. Dejó las mansiones de Brentwood y Malibu para trasladarse a un rancho en Santa Paula, a las afueras de Los Angeles, donde podía montar en sus motos antiguas o despegar desde un anticuado aeropuerto en un viejo avión, como su padre, el piloto acrobático que nunca llegó a conocer.

Cuando murió prematuramente en una mugrienta clínica para enfermos de cáncer en Juárez, a McQueen le quedaba poco por hacer. Si de hecho sus últimas palabras fueron “Lo hice”, se podría extrapolar fácilmente esa referencia a haber sobrevivido a la operación, a la suma de todo aquello que aprendió y realizó.

Pero su historia aún no ha acabado. Veinticinco años después de su muerte, McQueen sigue siendo una estrella. Gracias a la tecnología del DVD, no sólo podemos verlo encarnando al “rey de la nevera” en LA GRAN EVASIÓN (The Great escape, 1963) o al teniente Frank Bullit, sino también como Josh Randall en los 94 episodios de WANTED: DEAD OR ALIVE (1957-1961) o con barba y gafas en la piel del Dr. Thomas Stockmann enfrentándose a los contaminadores en UN ENEMIGO DEL PUELO (An Enemy of the People, 1978).

Aún se utiliza a actores con un asombroso parecido a McQueen para vender relojes y calzado deportivo, pantalones vaqueros o máquinas tragaperras. Podemos encontrar su imagen en murales de 6 metros y figurillas de 30 cm. En un anuncio publicitario se ha resucitado digitalmente a McQueen para colocarlo tras el volante de un Nuevo Mustang. Sheryl Crow ganó un premio Grammy cantando sobre él.

Puede que apenas midiera 1,80 y que se cuestionara su talento como actor (“Mi capacidad interpretativa no es muy amplia, hay muchos papales que no podría encarnar”), pero McQueen nunca dudó de su capacidad y esa idea aún permanece. Si no, ¿por qué la reciente campaña publicitaria del vodka Absolut lo utilizó como símbolo para su eslogan “El masculino absoluto”? Es probable que McQueen simplemente sonriera o quizá recordara aquellas palabras que pronunció como Henri Charrière en PAPILLON (1973): “Aún estoy aquí, cabrones”. pp. 11, 12.

 

ALAIN SILVER Steve McQueen: el rey del cool

MCQUEEN Movie Icons

Ed. Taschen 2007


Happy Birthday, Steve...

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