HOWARD HAWKS

 



HOWARD HAWKS

Robin Wood

Ediciones JC, Madrid, 1982

 

Tenemos que encontrar nuestro camino mientras vamos andando y podemos añadir algo a un personaje o desarrollar un asunto entre dos personas y poner en marcha una relación y luego hacerla progresar. En Río Bravo Dean Martin tenía un momento en que debía liar un cigarrillo. Sus dedos no estaban a la altura de la situación y Wayne se dedicaba a pasárselos liados. De repente te das cuenta de que son condenadamente buenos amigos o si no él no lo estaría haciendo. Esto vino porque un día Martin me preguntó: “Bueno, y si mis dedos tiemblan, ¿cómo voy a poder liar esta cosa?”

Entonces Wayne dijo: “Toma, yo te lo pasaré”.

Y, de repente, ya teníamos la situación en marcha... pág. 54

 

 

En una era en la que el sentido de las tradiciones entra en crisis, es inevitable que Hawks, cuya obra demuestra poco sentido del pasado y cuyos personajes viven en y para el presente, parezca el artista más moderno de los dos. Es significativo que la emoción que prevalece en los westerns de Ford es la nostalgia, y que sea tan difícil, en su obra, distinguir una reacción válida a ideales válidos del sentimentalismo. Pero Hawks no se ve favorecido en todos los aspectos. Lo que se echa de menos en su obra, y que está fuertemente presente en la de Ford, es un sentido del valor potencial de la civilización. Hawks es un primitivo: o, más exactamente, una curiosa mezcla de lo primitivo y lo sofisticado, que es por lo que la relación entre ambas características es un elemento tan notable de su obra (La fiera de mi niña, Me siento rejuvenecer, ¡Hatari!). Como tal primitivo, tiene sus propias virtudes particulares: la importancia en su obra de lo espontáneo y lo instintivo, el énfasis en el contacto físico y en la experiencia física. En la mayoría de los artistas, sus virtudes conllevan las correspondientes limitaciones. Págs. 99, 100.

 

 

Hacia el final del film, cuando Wayne, a pesar de su grave handicap físico, se prepara para el enfrentamiento final, Mississippi recita otra parte del poema:

 

Y cuando su fuerza

al fin se debilitó,

encontró la sombra de un peregrino.

Sombra –dijo-

¿dónde puede estar

ese país de El Dorado?

 

Por sobre las montañas de la luna,

en lo más profundo del valle de las sombras,

cabalga intrépido, cabalga,

-la sombra contestó-

si buscas El Dorado.

 

Claramente, la “sombra del peregrino” está tan cerca de encontrar El Dorado como el caballero: no existe ningún El Dorado, viene a sugerir el film, ni en la vida ni en la muerte; sólo existe la búsqueda. Pág. 177.

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