A LA CAZA DEL AMOR (adaptación TV)



 

A LA CAZA DEL AMOR

NANCY MITFORD

Libros del Asteroide, Barcelona, 2005

 

 

Existe una fotografía de tía Sadie y sus seis hijos sentados alrededor de la mesa del té en Alconleigh. La mesa está colocada, como estaba entonces, como sigue estando y como siempre estará, en el salón, delante de un enorme hogar de leña. Encima de la repisa y claramente visible en la fotografía cuelga una pala de zapador con la que, en 1915, tío Matthew había matado a golpes a ocho alemanes, unos tras otro, mientras salían de un refugio subterráneo, aparece recubierta todavía de sangre y cabellos, y de niños siempre nos había fascinado. Pág. 3

 

 

Hacia las fiestas de Navidad, Louisa ya había sido presentada en sociedad oficialmente, y asistía a los bailes de las cacerías con gran envidia por nuestra parte, aunque Linda se burlaba de ella diciendo que no parecía tener demasiados pretendientes. A nosotras todavía nos faltaban dos años para la puesta de largo; nos parecía una eternidad, sobre todo a Linda, que estaba paralizada por las ansias de amor y no tenía clases ni tareas que la distrajeran. En realidad, en aquella época no tenía más interés que la caza; incluso los animales parecían haber perdido todo el encanto a sus ojos. Cuando no había cacería nos pasábamos el día sentadas, demasiado creciditas para nuestros trajes de tweed cuyos corchetes tendían a estallar a la altura de la cintura, jugando interminables solitarios; otras veces nos encerrábamos a “medir” en el cuarto de los Ísimos. Con una cinta métrica, competíamos a ver quién tenía los ojos más grandes, quién las muñecas, los tobillos, la cintura y el cuello más estrechos, quién las piernas y los dedos más largos, etcétera. Linda ganaba siempre. Cuando terminábamos de “medirnos”, hablábamos de amor. Eran conversaciones inocentes, pues en aquella época pensábamos que el amor y el matrimonio eran sinónimos y duraban siempre, hasta la tumba y mucho más. Pág. 47

 

 

Durante aquella etapa de felicidad absoluta me prometí en matrimonio con Alfred Wincham, en aquel entonces un joven profesor (y en la actualidad rector) del Saint Peter`s Collage, en Oxford. Y con este hombre tan amable y erudito he sido feliz desde entonces, encontrando en nuestro hogar de Oxford ese refugio de las zozobras y las tormentas de la vida que siempre había querido. Pág. 110

 

 

Los camaradas son un encanto, pero no saben charlar, sólo pronunciar discursos. Siempre le estoy diciendo a Christian lo mucho que me gustaría que sus amigos que sus amigos pusiesen un poco más de alegría en las fiestas o, si no, que dejasen de darlas, porque no veo qué sentido tiene dar fiestas tristes, ¿no te parece? Y los de izquierdas siempre están tristes porque se preocupan enormemente por sus causas, y las causas siempre acaban tan mal… pág. 137

 

 

Unos días antes de la fecha prevista para el traslado a Londres, Jassy se escapó. Se suponía que iba a pasar quince días con Louisa en Escocia, pero había hablado con ésta para aplazar su visita sin decírselo a tía Sadie, había sacado del banco todos sus ahorros y, antes de que alguien pudiese echarla en falta, ya había llegado a América. La pobre tía Sadie recibió, de repente, un telegrama que decía: “De camino a Hollywood. No os preocupéis. Jassy”.

Al principio, los Alconleigh se quedaron de piedra; Jassy no había mostrado nunca el menor interés por el teatro o el cine; estaban seguros de que no tenía ningún ansia de convertirse en actriz y, sin embargo, ¿por qué Hollywood? Entonces se les ocurrió que tal vez Matt supiese algo, teniendo en cuenta que Jassy y él eran inseparables, así que tía Sadie se subió al Daimler y condujo hasta Eton. Matt se lo explicó todo: le dijo a tía Sadie que Jassy se había enamorado de un galán de cine llamado Gary Coon (o Gary Goon, no se acordaba muy bien) y que le había escrito a Hollywood para preguntarle si estaba casado. Le había dicho a Matt que si resultaba que estaba soltero, se iría derechita allí para casarse con él. Matt le contó todo aquello, con su voz que vacilaba entre la de un adulto y la de un niño, como si fuese lo más normal del mundo.

-          Así que supongo –terminó diciendo- que ha recibido una carta en la que le decía que no estaba casado y se ha ido. Por suerte, había ahorrado un montón de dinero para irse de casa. ¿Quieres un poco de té, mamá? Pág. 143

 

 

-          ¿Y qué es lo que hace Christian exactamente? –pregunté.

-          Huy, todo lo que puedas imaginar. Ahora mismo está escribiendo un libro sobre el hambre, un libro tristísimo, y hay un camarada chino simpatiquísimo que viene y le habla del hambre; nunca en mi vida había visto a un hombre más gordo.

Me eché a reír.

-          Sí, ya sé que parece que me rió de los camaradas –se apresuró a decir Linda, sintiéndose culpable- pero al menos sé que están haciendo el bien, que no hacen daño a nadie y que no viven de la esclavitud de otras personas, como sir Leicester, y de verdad, te aseguro que los quiero muchísimo, aunque a veces me gustaría que les gustase más el placer de hablar por hablar, y que no fuesen tan serios ni estuviesen tan tristes ni le tuviesen tanta manía a todo el mundo. Pág. 154

 

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