EMMA (adaptación TV)

 


EMMA

Jane Austen

Editorial Planeta, Barcelona, 2002

 

-          Es usted muy buen amigo del señor Martin; pero como ya dije antes es injusto con Harriet. Las aspiraciones de Harriet a casarse bien no son tan desdeñables como usted las presenta. No es una muchacha inteligente, pero tiene mejor juicio de lo que usted supone, y no merece que se hable tan a la ligera de sus dotes intelectuales. Pero dejemos esa cuestión y supongamos que es tal como usted la describe, tan sólo una buena muchacha muy agraciada: permítame decirle que el grado en que posee estas cualidades no es una recomendación de poca importancia para la gran mayoría de la gente, porque la verdad es que es una muchacha muy atractiva, y así deben de considerarla el noventa y nueve por ciento de los que la conocen; y hasta que no se demuestre que los hombres en materia de belleza son mucho más filosóficos de lo que en general se supone; hasta que no se enamoren de los espíritus cultivados en vez de las caras bonitas, una muchacha con los atractivos que tiene Harriet está segura de ser admirada y pretendida, de poder elegir entre muchos como corresponde a su belleza. Además, su buen carácter tampoco es una cualidad tan desdeñable, sobre todo, como ocurre en su caso, con un natural dulce y apacible, una gran modestia y la virtud de acomodarse muy fácilmente a otras personas. O mucho me equivoco o en general los hombres considerarían una belleza y un carácter como éstos como los mayores atractivos que puede poseer una mujer. Pág. 51

 

Frank Churchill regresó; y si hizo esperar a su padre a la hora de cenar, en Hartfield no se enteraron; la señora Weston tenía demasiado interés en que el señor Woodhouse tuviese un buen concepto del joven para revelar imperfecciones que pudieran ocultarse.

Regresó con el cabello cortado, riéndose de sí mismo con mucha gracia, pero sin dar la impresión de que se avergonzase ni lo más mínimo de lo que había hecho. No veía ningún mal en querer llevar el pelo corto, ni consideraba reprochable este deseo; no concebía que hubiese podido ahorrar aquel dinero y emplearlo en algún otro fin más elevado. Se mostraba tan impertérrito y animado como de costumbre; y después de haberle visto, Emma razonaba para sí del modo siguiente:

-          No sé si debería ser así, pero lo cierto es que las tonterías dejan de serlo cuando las comete alguien que tiene personalidad y sin avergonzarse de ellas. La maldad siempre es maldad, pero la tontería no siempre es tontería… Depende de la personalidad de cada cual. El señor Knightley no es un joven alocado y vanidoso. Si lo fuera hubiera hecho esto de un modo muy distinto. O bien se hubiera jactado de lo que hacía o se hubiera sentido avergonzado. Se hubiese tratado o de la ostentación de un petimetre o del temor de alguien demasiado débil para defender sus propias vanidades. No, estoy completamente segura de que no es ni un vanidoso ni un alocado. Pág. 173

 

Un espíritu despierto y equilibrado no necesita contemplar grandes cosas, y para todo lo que ve encuentra respuesta. Pág. 192

 

La había encontrado antes del desayuno, cuando regresaba de dar un paseo con los niños, en el mismo momento en que empezaba a llover. Era natural decir alguna frase cortés sobre el estado del tiempo, y él dijo:

-          Supongo que esta mañana no se aventuraría usted muy lejos, señorita Fairfax, de lo contrario estoy seguro de que se habrá mojado. Nosotros apenas tuvimos tiempo de llegar a casa. Confío en que usted también regresó en seguida.

-          No iba más que a correos –dijo ella-, y cuando la lluvia arreció ya volvía a estar en casa. Es mi paseo de cada día. Cuando estoy aquí siempre soy yo la que va a recoger las cartas. Así se evitan inconvenientes, y tengo un pretexto para salir. Un paseo antes del desayuno me sienta bien.

-          Pero supongo que un paseo bajo la lluvia no.

-          No, pero cuando salí de casa no caía ni una gota.

El señor John Knightley sonrió y replicó:

-          Eso es un decir, pero parece que tenía usted mucho interés en dar este paseo, porque cuando tuve el placer de encontrarla no había andado usted ni seis yardas desde la puerta de su casa; y ya hacía bastante rato que Henry y John veían caer más gotas de las que podían contar. Hay un período de la vida en el que la oficina de correos ejerce un gran encanto. Cuando tenga usted mis años, empezará a pensar que nunca vale la pena mojarse para ir a buscar una carta.

Ella se ruborizó ligeramente, y luego contestó:

-          No puedo tener esperanzas de llegar a verme en la situación en que se halla usted, rodeado de todos los seres más queridos, y por lo tanto tampoco puedo suponer que sólo por tener más años vayan a serme indiferentes las caratas.

-          ¿Indiferentes? ¡Oh, no! No he querido decir que vayan a serle indiferentes. Con las cartas no se trata de indiferencia. Generalmente lo que son es una verdadera peste.

-          Usted habla de cartas de negocios; las mías son cartas de amistad.

-          Más de una vez he pensado que son mucho peores que las otras –replicó él fríamente-. Los negocios pueden dar dinero, pero la amistad es muy difícil que lo dé.

-          ¡Ah! No hablará en serio. Conozco demasiado bien al señor Knightley… Estoy convencida de que sabe apreciar lo que vale la amistad tan bien como cualquier otra persona. Comprendo perfectamente que las cartas signifiquen muy poco para usted, mucho menos que para mí, pero la diferencia no está en el hecho de que sea usted diez años mayor que yo… no se trata de la edad, sino de la situación. Usted tiene siempre a su lado a las personas a las que quiere más, mientras que yo probablemente nunca más volveré a verlas reunidas a mi alrededor; y por lo tanto, hasta que no hayan muerto en mí todos mis afectos, una oficina de correos tendrá siempre el suficiente poder de atracción como para hacerme salir de casa, incluso con un tiempo peor que el de hoy.

-          Cuando le decía que con la edad, que con el paso de los años cambiará usted –dijo Knightley-, me refería también al cambio de situación que generalmente los años traen consigo. En mi opinión son dos cosas que suelen ir juntas. El tiempo casi siempre debilita nuestro afecto por las personas que no se mueven dentro de nuestro círculo cotidiano… pero no era éste el cambio que yo preveía para usted. Señorita Fairfax, permita que un viejo amigo le desee que dentro de diez años vea usted reunidas a su alrededor a tantas personas queridas como yo ahora. Págs. 242, 243.

 

Comentarios

Entradas populares de este blog

EN SUS ZAPATOS poema del film

SEX AND THE CITY poema del film

ACTO DE VALOR poema del film